“No hay amor tan grande como el de quien
da la vida por los que ama"
Lo hacemos porque sabemos que al amor más grande corresponde la felicidad más grande: “Ustedes, que me han seguido, tendrán el ciento por uno en este mundo, y luego en el otro, la vida eterna”.
También a nosotros se nos aplica lo dicho por el Maestro a la hermana de Lázaro: “María ha elegido la mejor parte, que nadie podrá quitarle”.
Lo hacemos para responder y corresponder al privilegio de haber sido llamados por Cristo a colaborar con él en su misma misión. “Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”.
La vocación no es iniciativa nuestra, sino un sublime don divino, que se descubre y se vive en unión con Cristo presente, experimentado en la verdadera oración, que es “encuentro de amistad con quien sabemos que nos ama”.
Decidimos acoger la invitación de Cristo: “Si alguien quiere venirse conmigo, tome su cruz cada día y me siga”. Entendemos: “me siga” camino de la resurrección y de la gloria eterna.
Él alivia nuestras cruces, y las convierte en fuentes abundantes de felicidad temporal y eterna. “Vengan a mí todos los que sufren y andan cansados, y yo los aliviaré”. “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Creemos con san Pablo: “Tengo por cierto que los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros”. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana puede imaginar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”.
“Hemos creído en el amor que Dios nos tiene”, y queremos corresponder a ese amor gratuito de Dios con el amor salvífico hacia todos los hombres, hijos de Dios y hermanos nuestros, empezando por nuestro propio hogar, compañeros de trabajo, comunidad eclesial, etc.
Como el Buen Pastor “entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos entregar nuestra vida por nuestros hermanos”, a fin de ganarla para siempre.
Estos son los valores por que vale la pena abrazar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, a imitación de Jesús de Nazaret, pobre, casto y obediente.
Con nuestro Fundador experimentamos que la obediencia a Dios es la mayor libertad; que la pobreza, confianza en Dios y contentarse con lo necesario, es la mayor riqueza; que la castidad es el mayor amor, porque nos hace verdaderos padres y madres de multitudes engendradas en Cristo resucitado para la vida eterna.
Sí, nos sabemos débiles y pecadores, y lo que pretendemos es superior a nuestras solas fuerzas humanas; pero nos sentimos seguros como el Apóstol Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. “Sé en quién he puesto mi confianza”. “La fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad”.
Con nuestra vida, misión y palabra invitamos a otros y otras – también a ti – a seguir a Cristo por este camino de consagración secular, para colaborar más directamente con él en su obra de la redención del mundo.
“La promoción vocacional es el apostolado primordial” de toda la Iglesia y de las congregaciones. Quien ama su forma de vida y se siente feliz con ella, desea compartirla y contagiar su felicidad.
También a nosotros se nos aplica lo dicho por el Maestro a la hermana de Lázaro: “María ha elegido la mejor parte, que nadie podrá quitarle”.
Lo hacemos para responder y corresponder al privilegio de haber sido llamados por Cristo a colaborar con él en su misma misión. “Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”.
La vocación no es iniciativa nuestra, sino un sublime don divino, que se descubre y se vive en unión con Cristo presente, experimentado en la verdadera oración, que es “encuentro de amistad con quien sabemos que nos ama”.
Decidimos acoger la invitación de Cristo: “Si alguien quiere venirse conmigo, tome su cruz cada día y me siga”. Entendemos: “me siga” camino de la resurrección y de la gloria eterna.
Él alivia nuestras cruces, y las convierte en fuentes abundantes de felicidad temporal y eterna. “Vengan a mí todos los que sufren y andan cansados, y yo los aliviaré”. “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Creemos con san Pablo: “Tengo por cierto que los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros”. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana puede imaginar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”.
“Hemos creído en el amor que Dios nos tiene”, y queremos corresponder a ese amor gratuito de Dios con el amor salvífico hacia todos los hombres, hijos de Dios y hermanos nuestros, empezando por nuestro propio hogar, compañeros de trabajo, comunidad eclesial, etc.
Como el Buen Pastor “entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos entregar nuestra vida por nuestros hermanos”, a fin de ganarla para siempre.
Estos son los valores por que vale la pena abrazar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, a imitación de Jesús de Nazaret, pobre, casto y obediente.
Con nuestro Fundador experimentamos que la obediencia a Dios es la mayor libertad; que la pobreza, confianza en Dios y contentarse con lo necesario, es la mayor riqueza; que la castidad es el mayor amor, porque nos hace verdaderos padres y madres de multitudes engendradas en Cristo resucitado para la vida eterna.
Sí, nos sabemos débiles y pecadores, y lo que pretendemos es superior a nuestras solas fuerzas humanas; pero nos sentimos seguros como el Apóstol Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. “Sé en quién he puesto mi confianza”. “La fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad”.
Con nuestra vida, misión y palabra invitamos a otros y otras – también a ti – a seguir a Cristo por este camino de consagración secular, para colaborar más directamente con él en su obra de la redención del mundo.
“La promoción vocacional es el apostolado primordial” de toda la Iglesia y de las congregaciones. Quien ama su forma de vida y se siente feliz con ella, desea compartirla y contagiar su felicidad.
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