Andrés María Borello

.
Discípulo del Divino Maestro

Nació en Mango, cerca de Alba (Cuneo, Italia), el 8 de marzo de 1916. Santificó su juventud con la oración y el trabajo aceptado y ofrecido a ejemplo de san José, como medio de santificación propia y como colaboración a la redención de la humanidad. Militó con entusiasmo en las filas de la Acción Católica.

El 8 de julio de 1936, con 20 años, escuchó y secundó la llamada del Señor, y entró en la Sociedad de san Pablo como aspirante a Discípulo del Divino Maestro; título que equivale al de Hermano.


Andrés ingresó en la Sociedad de San Pablo después de haber colaborado con todas las ramas de la Acción Católica y en todos los ámbitos de la vida parroquial. Se hacía paulino no sólo para “hacerse santo”, sino para dar a su vida una nueva dimensión apostólica, teniendo en cuenta la primera preocupación de Jesús: la búsqueda de los continuadores, de las vocaciones.

Con el anhelo de dar con su vida el máximo de gloria a Dios y bien a los hombres, se consagró totalmente al apostolado de las ediciones, colaborando con los sacerdotes paulinos en la obra de la evangelización con los medios de comunicación social.

La era cristiana se inició por obra de laicos, que fueron los primeros colaboradores de Dios en el misterio de la salvación: Isabel y Zacarías, padres de Juan Bautista; José y María, que formaron familia de Nazaret con Jesús. Y cuando Jesús inicia su misión pública, se rodea de doce apóstoles, setenta y dos discípulos y un grupo de piadosas mujeres, que lo siguen, ayudan y comparten con él su misión salvadora a favor de la humanidad.

Asimismo san Pablo se rodeó de grupos de amigos y colaboradores laicos de toda raza y condición, que hicieron posible su vastísima evangelización en el mundo grecoromano.
El P. Alberione meditó largamente estos datos y hechos, y comenzó a dar vida y organización a su familia religiosa guiado por un ideal: llamar a toda clase de laicos para implicarlos en el ministerio y tareas pastorales de los sacerdotes, a fin de construir con su colaboración una nueva sociedad.

Inspirado especialmente por la experiencia de san Pablo, el P. Alberione, ya desde del 1917, había fundado la asociación de los “Cooperadores Paulinos” que, desde su condición secular, ayudaran a los religiosos paulinos a realizar un nuevo y difícil apostolado en el campo de la información y de la comunicación de masas.

Y, contemporáneamente, el Fundador quiso abrir también para los laicos las puertas de la consagración religiosa propiamente dicha, mediante los tres votos, la vida comunitaria y el apostolado específico. Quería hacer de ellos auténticos protagonistas de la predicación eclesial y apostólica moderna, en estrecha colaboración con los sacerdotes, compartiendo en unión con ellos la vocación y la misión. He ahí la figura de los Discípulos del Divino Maestro.

Antes de que el Concilio Vaticano II promulgase el Decreto sobre el apostolado de los laicos, subrayando que todos los bautizados están llamados por Cristo a comunicar el Evangelio de la salvación, y no sólo con el testimonio de su vida, sino también con una verdadera actividad apostólica; y también mucho antes de que el Sínodo de los Obispos profundizara sobre la vocación del laico en la Iglesia, el P. Alberione había ya convocado a personas de todas las categorías sociales para colaborar codo a codo con los sacerdotes y religiosos en el ministerio de la evangelización: mediante un apostolado vasto, moderno, abierto a todos los caminos del mundo, empleando todos los medios de la tecnología moderna, a fin de que Cristo sea realmente el Maestro por todos encontrado, seguido y anunciado.

Decía el Fundador: “En la Familia Paulina está abierta para todos la puerta de la vida consagrada: al pintor, al abogado, al ingeniero, al médico, al músico, al obrero, etc., sin renunciar a su profesión”.

El siervo de Dios Andrés Borello fue para el P. Alberione la respuesta de Dios y una confirmación de su misión a compartir con toda clase de personas.

El Fundador escribía acerca de él: “La humildad y la caridad han caracterizado, junto con la oración, toda su vida, que él ofreció a Dios por las vocaciones. Del Sagrario tuvo una luz especial acerca del apostolado de las ediciones, al cual consagró todas sus fuerzas. A partir de su muerte, su recuerdo se hizo cada vez más amplio y sentido, así como la forma de su santidad, y se le invocaba en muchas nece-sidades”.

Tenía un concepto tan alto de su vocación que, no satisfecho con dedicar toas sus ener-gías y todo su tiempo al nuevo apostolado que se le había asignado, pidió repetidamente a su director espiritual la autorización para entregar su vida como ofrenda por los llamados y por su perseverancia. Obtenido el permiso, cumplió su oferta, y el Señor se la acogió mediante la enfermedad que lo llevó a recibir el premio eterno a 32 años.

Toda la existencia del hermano Borello había tomado las dimensiones de una misión eclesial por la salvación del mundo, y esta convicción le inspiraba confianza y serenidad, incluso en los días más difíciles. Decía: “Sí, el trabajo que realizamos es un tanto pesado. Pero cada palada de pasta que levantamos se convertirá en una resma de papel sobre el cual se imprimirá la Palabra de Dios para llevarla a los hombres”.

El mismo P. Alberione, en una carta dirigida al obispo de Alba para solicitar el inicio de la causa de beatificación de Andrés, dio este testimonio acerca de él:

“Según opinión unánime, el hermano Andrés M. Borello merece ser glorificado y propuesto como ejemplo para todos los que se consagran al apostolado con los medios de comunicación social, pero en modo especial para los hermanos Discípulos de la Sociedad de San Pablo, que son como la columna vertebral de la Congregación, y que tienen una parte importante en el apostolado de las ediciones.

“Desde el principio de la Congregación había pedido oraciones para que entre los Discípulos del Divino Maestro floreciesen verdaderos santos: siervos fieles del Padre celestial, reparadores de las ofensas que se hacen a Jesús Maestro, especialmente con los medios de la técnica, abiertos a la gracia y al Espíritu Santo.

A ejemplo de san José, el Hno. Andrés M. Borello se apresuró a impregnar toda su vida con una intensa piedad reparadora, con un recogimiento y silencio habituales, con una serena docilidad en la colaboración generosa al apostolado mediante la técnica y la difusión, con una constante tensión hacia la perfección paulina”.

En la significativa fecha del 4 de abril de 1964 (80° cumpleaños del Fundador), el obispo, Mons. Carlos Stoppa, hizo eco a esa carta del Fundador con autorizado testimonio:

“He podido constatar personalmente cuán vivo está el recuerdo del Hno. Andrés Borello, su memoria, la fama de su santidad, y no sólo en el ámbito de los sacerdotes y discípulos paulinos, sino también entre los fieles de la diócesis, sobre todo en las parroquias donde él vivió los años de su juventud, santificándolos con el ejemplo de una profunda vida cristiana.

Me complace adherirme a su solicitud, venerado P. Alberione, ya que he conocido y conozco personalmente la fama de santidad, siempre creciente que circunda la persona del Hno. Andrés M. Borello; su vida, toda ella consumada en la fidelidad y la sencillez de la vida común, en el compromiso de santificarse y, al final, la heroica ofrenda de su vida por el apostolado de la comunicación, por las vocaciones, por el sostenido crecimiento de la Congregación, a la que él amó más que a sí mismo.

“El nuevo siervo de Dios revela una vez más a los paulinos y a todos los fieles de la Iglesia cómo Dios ha colmado de gracia y bendiciones a la Familia Paulina. Los santos son el signo máximo de la predilección divina y, al mismo tiempo, de la óptima correspondencia a las gracias de Dios en estos primeros años de la Congregación.

“¡Cuán suave exhortación y fuerte invitación constituye el Hno. Borello para todos los hermanos de la Familia Paulina! A la luz de este “modelo de vida paulina” están invitados, no sólo a congratularse, sino también a atesorar para sí mismos, a sentir la responsabilidad de custodiar y transmitir a las futuras vocaciones el testimonio de espíritu bueno y de tradiciones de familia que han brotado con la gracia de la fundación”.

El Hno. Adnrés M. Borello, por su gran amor a la vocación y a la Congregación, con el con-sentimiento de su director espiritual, hizo ofrenda especial de su vida a Dios para que todos los llamados fueran fieles a la gracia de su vocación.

Jesús Maestro acogió la ofrenda de su discípulo bueno y fiel. A causa de una enfermedad fulminante, moría santamente el 4 de septiembre de 1948, con 32 años. Se despidió de sus cohermanos diciéndoles: “Amémonos los unos a los otros. Nos veremos en el paraíso”.
Fue declarado Venerable el 3 de marzo de 1990.

Traducido del italiano y adaptado por el P. Jesús Álvarez, ssp, a partir del libro RICORDATI SIGNORE DEI NOSTRI PADRI, del P. Stefano Lamera, ssp