El encanto de la vida consagrada - 1

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La pobreza es la mayor riqueza

Felices los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
(Mt 5, 3).

El beato Santiago Alberione ha propuesto una nueva visión de los votos, que ha influido incluso en la teología de los consejos evangélicos propios de la vida consagrada. Él valora, vive y presenta los votos, no como una renuncia, sino como una conquista de la libertad, del amor y de la felicidad que no pueden alcanzarse fuera de las bienaventuranzas.

Ha promovido una visión y experiencia totalmente positiva de los votos: la pobreza como la mayor riqueza, pues no es rico quien más tiene, sino quien emplea para el bien lo poco o mucho que tiene; la obediencia como la mayor libertad, pues obedecer a Dios es reinar, participar de la libertad del mismo Dios; y la castidad es el mayor amor, pues engendra en Cristo multitud de hijos e hijas para la vida eterna.

El beato Alberione ha propuesto a su Familia Paulina una pobreza de amplia perspectiva, adecuada a su misión específica en la Iglesia y en el mundo. He aquí su texto programático:

“La pobreza religiosa tiene cinco funciones: renunciar, producir, conservar, proveer y edificar.

....Renuncia a la administración personal y al uso independiente, a todo lo que es pura comodidad, gustos, preferencias; todo lo tiene en uso y al servicio de la misión.
....Produce con el trabajo asiduo; produce lo suficiente para aportar tanto a las obras como a las personas.
....Conserva, cuida todo lo que usa.
Provee a las necesidades de la comunidad y de las obras.
....Edifica, corrigiendo la avidez de bienes materiales y usándolos para construir salvación.

La pobreza paulina no consiste en vivir de limosna o en la miseria, ni se reduce al despren-dimiento, ni a no usar dinero sin permiso, sino que implica responsabalidad y rendimiento laboral, controles frecuentes, administración competente y transparente de todos los recursos humanos, materiales y económicos que están en función de la vida y la misión.

La verdadera pobreza se asienta en una real jerarquía de valores, en cuyo vértice y centro está Dios, “amado sobre todas las cosas”, y poniendo toda la confianza en su providencia, abandonándose en sus manos, a la vez que hacemos todo lo que nos corresponde.

San Pablo es modelo de trabajo y pobreza: “Todo lo que antes consideraba una ganancia, ahora lo considero una pérdida en comparación con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”. “No he comido el pan que no haya ganado, sino que he trabajado día y noche a fin de no ser un peso para nadie”. “Yo sé vivir tanto en la abundancia como en la escasez”.

La pobreza paulina consiste especialmente en escuchar “el grito de los pobres”, pero con atención especial a una pobreza que está a la base de toda pobreza material: el subdesarrollo espiritual, el analfabetismo religioso y cultural, las condiciones infrahumanas de vida, el desconocimiento de Cristo Salvador, el máximo bien del hombre. De ahí el ansia alberoniana del “evangelio para todos”, pues todos necesitan ser salvados, comenzando por los pobres.

Pero la pobreza paulina no se agota en lo económico y material, sino que abarca todos los dones y talentos de la persona consagrada: salud, inteligencia, voluntad, corazón, tiempo, títulos académicos, habilidades, profesionalidad, cargos, trabajo, fe, enfermedades y penas, etc., puestos con generosidad, gratuidad y gratitud al servicio del Evangelio y del hombre a liberar y salvar. La pobreza abarca los tres ámbitos de la vida del consagrado: pobreza en el hacer, en el ser y en el tener. Es dar todo y siempre gozosamente, solidariamente.

La pobreza abarca toda la vida, hasta el último día, como precisaba el P. Alberione: “En la vida consagrada no hay jubilados; la jubilación está reservada para el cielo. Por tanto, hay que utilizar para el Señor lo que nos queda de fuerzas y de actividades”. En esta perspectiva insistió sobre el “apostolado del sufrimiento”, el gran apostolado de quienes ya no pueden hacer otro apostolado, y que culmina con el último suspiro. Él fue un gran testimonio de este apostolado hasta el último respiro.

Otro aspecto más de la pobreza paulina señalado por el Fundador, consiste en sobrellevar con paciente silencio los juicios negativos sobre nuestra misión, como el ser tachados de meros comerciantes de productos religiosos y de frailes ricos. Y a la vez nos exhortaba con firmeza a no caer en esa fatal desviación: “No nos hemos hecho religiosos para ser comerciantes”.
...............................................................P. Jesús Álvarez, ssp

Bibliografía: “Se necesitan santos comunicadores”, del P. Renato Perino,
tercer superior general de la Sociedad de San Pablo.