CELIBATO Y VIRGINIDAD




¿antinaturales y causa de perversión sexual y de la escasez de vocaciones?

Son multitud los solteros-as que no han podido o no han querido casarse, viudos y viudas no vueltos a casar, y sus vidas son perfectamente naturales. Vidas plenamente naturales, normales y felices han sido y son también las de los santos y santas, y tantísimos otros consagrados-as a amar y hacer felices a muchos en el tiempo y en la eternidad, eligiendo “no tomar varón o mujer, ni darle su ternura, sino que sellaron su compromiso con otro amor que dura sobe el amor de toda criatura”.

Y por cierto Cristo, el célibe por excelencia, no hubiera elegido un estilo de vida antinatural o anormal. Tampoco María, que había optado no casarse, y cuyo amor maternal a Cristo, universal a los hombres y el amor virginal a José, absorbió y sublimó totalmente el amor erótico sexual. Ese es –y debe ser- el camino de todos los que, como María, se comprometen radicalmente a dar a Cristo al mundo y colaborar con él en engendrar multitud de hijos e hijas para la vida eterna. “No hay amor más grande que dar la vida por los que se ama”.

San Pablo, célibe como él confiesa, promovió el celibato por el reino de Cristo, para servir al plan de la salvación con un corazón indiviso, al estilo de Jesús, casto, pobre y obediente. Tener una familia limita mucho la entrega a la evangelización. Así lo han comprendido y vivido millones de sacerdotes, consagrados-as, y así lo comprenden y viven hoy, felices de su fidelidad sostenida por el Espíritu.

Vivir el celibato y la virginidad resulta a menudo difícil; pero no menos difícil resulta vivir la fidelidad matrimonial, como lo confirman las estadísticas, las cuales dan también como resultado que la gran mayoría de los abusos sexuales son perpetrados por gente no célibe ni virgen, y se dan más a menudo en el grupo intrafamiliar: padres, padrastros, tíos, abuelos, hermanos, hermanastros, primos… Y sin embargo no se puede decir que la familia sea causa de esas depravaciones, como no lo es el celibato ni la virginidad.

La elección del celibato y la virginidad sólo se entiende y se vive desde la fe, desde el amor a Cristo y desde el amor salvífico a los hijos e hijas de Dios. La felicidad que busca y necesita la persona humana no se encuentra en absoluto en el sexo -que suele ser una de las mayores causas de infelicidad a nivel mundial-, sino en el amor dado y recibido gratuitamente. El Cura de Ars expresó esta verdad desde su experiencia: “No hay felicidad más grande en este mundo que la de sentirse amado por Dios y amarlo”.

Da ahí la exigencia de madurez y de un discernimiento claro de las motivaciones y aptitudes; y de una formación sólida de los aspirantes en la experiencia vital de Cristo resucitado presente en sus vidas, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en el prójimo, hasta poder decir con san Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”. Y que a la vez se apasionen, con la ayuda de la gracia, en colaborar con Cristo en su misión salvadora universal. Sin estas condiciones, la virginidad y el celibato son insostenibles.

Otras iglesias no que exigen el celibato sacerdotal, también escasean de vocaciones al sacerdocio. Sin embargo hay en nuestra Iglesia congregaciones y órdenes que si tienen abundancia de vocaciones. ¿A qué se debe? Principalmente a una vida orientada realmente según el Evangelio.

Una de las mayores causas de la escasez de sacerdotes son los muchos católicos que, por una parte, necesitan y buscan a los sacerdotes, pero luego no los apoyan, no les dan ejemplo de vida, no oran por ellos; y además no hacen nada por promover las vocaciones sacerdotales y religiosas. Son muy escasos los padres-madres católicos que desearían tener un hijo sacerdote o una hija religiosa. Y, para colmo, una buena mayoría se limitan a criticarlos y airear los escándalos que salen en los medios de comunicación, como si fuera lo único que hace el clero; con lo cual favorecen el crecimiento y multiplicación de la cizaña.

Pero también se debe a que suelen considerar como Iglesia sólo al Papa, los obispos, curas, frailes y monjas –al estilo de los medios de comunicación social-, olvidando que ellos mismos, como Pueblo de Dios, son también parte esencial de la Iglesia y responsables de la Iglesia y de que haya buenos pastores y pastoras. Por lo además, ignoran que Cristo resucitado en persona es quien conduce victoriosamente a la Iglesia hacia el Reino eterno a través de la historia y de las tempestades que la amenazan sin cesar.
P. J. A.


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