POR LOS CAMINOS DE LA FELICIDAD


Santa Gertrudis, virgen
.......... . . . . .16 de noviembre

Se la llama santa “Gertrudis la grande”, por su influencia en la espiritualidad de su tiempo. Nació en Eisleben (Alemania) el año 1256. A los 5 años sus padres la llevaron para su educación al Monasterio cisterciense de Helfta, como ella misma confiesa en una oración: “Desde mi infancia, concretamente, desde la edad de cinco años, me elegiste para entrar a formar parte de tus íntimos en la vida religiosa”.

Sin embargo sobre su niñez y adolescencia, hasta casi los 26 años, lamenta que puso a prueba la paciente bondad de Dios: “Pasé todo ese tiempo ofuscada y demente, pensando, hablando y obrando según me venía en gana, sin tenerte en cuenta a ti”.

Con todo, no era una chica ligera: sus pasiones de adolescente eran la música, el canto, la literatura, el arte de la miniatura, a las que luego añadió la filosofía, la teología, la liturgia, la Biblia, la patrísitica...

Pero a los 26 cambió radicalmente su vida, como ella confiesa: “El Señor, más reluciente que toda luz, más profundo que todo secreto, comenzó a serenar dulcemente las turbaciones que se habían encendido en mi corazón”. Ella misma atribuye esta transformación a una visión, a la luego que siguieron otros fenómenos sobrenaturales: éxtasis, estigmas, milagros...

La enfermedad no tardó en visitarla, junto con la desolación interior. Pero en lugar de desalentarse, se fortalecía. Empezó a llegar gente de todas clases y lugares para verla, pedirle consejo. Y así esta enferma contemplativa alcanzó a una actividad sorprendente. Para llegar a muchos más, escribía cartas y libros, fruto de sus estudios y de su contemplación, haciéndose una apóstol de la comunicación desde su soledad monástica.

Así se confiaba con Dios: “Me hiciste el don inestimable de tu amistad y familiaridad, abriéndome el arca nobilísima de la divinidad; a saber: tu Corazón divino, en el que hallo todas mis delicias”. “Atrajiste mi alma con tales promesas referentes a los beneficios que quieres hacerme en la muerte y después de la muerte, que, aunque fuese éste el único don recibido de ti, sería suficiente para que mi corazón te anhelara constantemente con una viva esperanza”.

Subió al banquete de las eternas delicias desde su monasterio de Helfta, a la edad de 46 años.
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