Santos Inocentes
28 diciembre
Herodes, viéndose burlado por los magos, monta en cólera e manda asesinar a todos los menores de dos años, de Belén y su contorno. Y la Iglesia proclama mártires a este grupo de niños, víctimas del sanguinario gobernador. Ellos inician el cortejo del Rey mesiánico, y nos recuerdan la justa dignidad de los niños en la Iglesia y en la sociedad.
Los santos inocentes se hacen testigos de Cristo, no con la palabra, sino con su sangre. Y, aunque ellos no son conscientes del porqué de su exterminio, el Padre transforma su muerte prematura y el dolor de los suyos en gloria de resurrección y de paraíso. Ellos escriben con su sangre la primera página del álbum de oro de los mártires de Cristo, Rey de los mártires.
Mas los Herodes no han terminado, sino que se han multiplicado, y sacrifican a millones de inocentes cada día, en aras de su ambición, avaricia, comodi-dad, placer y prepotencia, con los instrumentos del aborto, con el hambre, la enfermedad, la violencia, la violación, la guerra... Cuando con el solo presupuesto de guerras para matar se podría dar vida y alimento a tantos niños eliminados impunemente.
¡Cuántos inocentes martirizados, sin que nadie los defienda! ¿Qué hacemos o podemos hacer por reducir su número y no ser cómplices de los Herodes de hoy? Si no pudiéramos hacer nada por detener o disminuir ese holocausto universal de inocentes, sí podemos ofrecer sus cuerpecitos y su sangre junto con el cuerpo y la sangre de Cristo en cada Eucaristía por la salvación de la humanidad, e incluso de sus “herodes”, y así esos mártires inocentes reciban de Cristo el bautismo de sangre y la gloria eterna.
Los santos inocentes se hacen testigos de Cristo, no con la palabra, sino con su sangre. Y, aunque ellos no son conscientes del porqué de su exterminio, el Padre transforma su muerte prematura y el dolor de los suyos en gloria de resurrección y de paraíso. Ellos escriben con su sangre la primera página del álbum de oro de los mártires de Cristo, Rey de los mártires.
Mas los Herodes no han terminado, sino que se han multiplicado, y sacrifican a millones de inocentes cada día, en aras de su ambición, avaricia, comodi-dad, placer y prepotencia, con los instrumentos del aborto, con el hambre, la enfermedad, la violencia, la violación, la guerra... Cuando con el solo presupuesto de guerras para matar se podría dar vida y alimento a tantos niños eliminados impunemente.
¡Cuántos inocentes martirizados, sin que nadie los defienda! ¿Qué hacemos o podemos hacer por reducir su número y no ser cómplices de los Herodes de hoy? Si no pudiéramos hacer nada por detener o disminuir ese holocausto universal de inocentes, sí podemos ofrecer sus cuerpecitos y su sangre junto con el cuerpo y la sangre de Cristo en cada Eucaristía por la salvación de la humanidad, e incluso de sus “herodes”, y así esos mártires inocentes reciban de Cristo el bautismo de sangre y la gloria eterna.
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