Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño:
tú que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño
y la palabra de seguir te empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan migo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados…
pero ¿cómo te digo que me esperes
si estás, para esperar, los pies clavados?
.