LA CULTURA DE LA MISERICORDIA


Domingo 2° de Pascua,
Fiesta de la Divina Misericordia
11 abril 2010

Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos." Jn 20, 19-31.

Con la Resurrección el cuerpo de Jesús se vuelve glorioso, libre de las limitaciones de la materia caduca, del espacio, del tiempo, del sufrimiento, de la muerte. Así se presenta Jesús a sus discípulos reunidos a puertas cerradas.

Jesús también se nos presenta a nosotros todos los días, aunque no lo veamos, atravesando las paredes del trajín de cada día para citarnos en nuestro templo interior: “¡Felices los que crean sin haber visto!” Y se nos presenta en la Eucaristía, en la Biblia, en el prójimo, que son los tres sacramentos preferidos de su presencia real.

lEsta fe nos abre el paso de la muerte hacia la resurrección, por la que Jesús nos dará “un cuerpo glorioso como el suyo”. No nos cansemos de cultivarla y vivirla.

La experiencia de Jesús Resucitado, presente en nuestra vida, es la fuente de la paz, de alegría y de fortaleza en el sufrimiento, y da eficacia salvífica a nuestra vida y obras. Viviendo unidos al Resucitado tenemos asegurada la victoria sobre el pecado, sobre el sufrimiento y la muerte; y podemos alcanzar la alegría de morir, que san Pablo experimentaba: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.

El evangelio de hoy nos presenta Jesús dando la paz a los discípulos y el poder de perdonar los pecados: “Paz a ustedes. Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados”. De ahí que este domingo se celebre la “Fiesta de la Divina Misericordia”.
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La omnipotencia de Dios se demuestra principalmente en el perdón de los pecados. Después de la vida, el perdón de Dios es el mayor don de su amor. Y perdonar al prójimo es una expresión del amor más genuino, que nos garantiza el perdón de Dios: “Sean misericordiosos y alcanzarán misericor-dia”. “Si ustedes perdonan, serán perdonados.

Tema del evangelio de hoy es también la misión: ser testigos de Jesús resucitado, dándolo a conocer por todos los medios a nuestro alcance: la palabra, la imagen, el ejemplo, las obras...
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Si creemos en el Resucitado y lo amamos como persona presente, compartiremos con amor y gozo su proyecto de salvación a favor de la humanidad: “Como el Padre me envió a mí, así los envío también yo a ustedes”.
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Así seremos creyentes que transcienden la fe teórica en la Resurrección. La unión real con el Resucitado nos hace transparencia suya allí donde vivimos.

Promovamos la cultura de la Pascua y de la Misericordia frente a la cultura del odio y de la muerte que amenaza al bello planeta que el Creador nos ha regalado.

La fe en Jesús resucitado presente, supone una felicidad tan extraordinaria, que se nos puede antojar increíble, como les pasaba a los discípulos, que no podían creer por la alegría que les causaba la Resurrección. Pero nos queda siempre la gran posibilidad de suplicar: Creo, Señor, pero aumenta mi fe.

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FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA

El 22 de febrero de 1931, Jesús dijo a santa Faustina Kowalska: “Deseo que el segundo domingo de Pascua de Resurrección se celebre la Fiesta de la Misericordia”. “Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Quien se confiese y reciba la Santa Comunión, obtendrá el perdón total de las culpas y las penas”.

En la revelación 35 Jesús le dijo: “Cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a mi misericordia... Quien confía en mi misericordia, no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y los enemigos se estrellarán contra el escabel de mis pies”. “Nadie está excluido de mi Misericordia”.

Jesús le dijo también: “Manda hacer una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en ti confío. Prometo que quien venere esta imagen, no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos, y en especial en la hora de la muerte”.

Jesús recomendó a la Santa: “Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran Misericordia que tengo para con los pecadores. Que el pecador no tenga miedo de acercarse a mí... La desconfianza de los creyentes desgarra mis entrañas. Y más aún me duele la desconfianza de los elegidos que, a pesar de mi amor inagotable, no confían en mí”. Y le mandó escribir: “Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de la Misericordia”.

En la revelación 24 Jesús enseñó a santa Faustina Kowalska el Rosario de la Misericordia, con esta promesa: “Toda persona que lo rece, recibirá mi gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes se lo recomendarán a los pecadores como última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza este rosario una sola vez, recibirá la gracia de mi Misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca mi Misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las personas que confíen en mi Misericordia”.

El mismo Jesús le dijo cómo se debía rezar este rosario: “Primero rezarás un Padrenuestro, un Avemaría y el Credo. Luego, en las cinco cuentas que corresponden al Padre nuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero. En lugar de las diez Avemarías, dirás diez veces las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Y al final de cada decena, dirás tres veces la siguiente invocación: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.

Estas revelaciones están implícitamente garantizadas por la Iglesia al canonizar a santa Faustina en el 2000 y al instituir la Fiesta de la Divina Misericordia.

La eficacia salvadora de esta devoción no es mágica o automática, sino que requiere una sincera conversión y petición de perdón a Dios por los propios pecados, por grandes que sean, y proponiéndose usar miseri-cordia con los demás mediante obras, gestos, palabras, sufrimientos y oraciones por ellos y en nombre de ellos. Son palabras de Jesús: “Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

El sólo hecho de tener el cuadro del Señor de la Misericordia, tampoco produce la salvación sin más, sino que se requiere respeto, fe, confianza, oración gratitud y amor hacia Quien está representado en esa imagen.

P. Jesús Álvarez, ssp
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