Si san Pablo viviese hoy...


San Pablo, apóstol
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.30 junio
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Admiramos a san Pablo y vienen a nuestra mente todas sus grandes hazañas. Revivimos sus viajes apostólicos en los que recorrió el mundo llevando por todas partes a Jesucristo y a Jesucristo crucificado.

Fue en busca de almas: desde los habitantes de las montañas de Oriente y de Asia Menor, hasta los atenienses que se reunían en el areópago para discutir de altísima filosofía; hasta los romanos, los grandes dominadores del mundo de entonces: él no faltó a nadie; más bien, como se ha dicho, le faltaron a él los pueblos.

La profundidad de su doctrina, sus virtudes heroicas, sus dotes de escritor, los carismas que le acompañaban, la constancia, la fortaleza, el celo apos-tólico y la dulzura de su trato, atraían a él a mucha gente, por lo cual él fundó todas las iglesias de las que se habla en los Hechos de los apóstoles y en la historia de la Iglesia.
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¿Por qué es tan grande san Pablo’? ¿Por qué realizó obras tan maravillosas’? ¿Por qué, año tras año, su doctrina, su apostolado y su misión en la Iglesia de Jesucristo se conocen, se admiran y celebran cada vez más? El es uno de los santos que día a día rejuvenecen, dominan y conquistan. ¿Por qué? El porqué hay que buscarlo en su vida interior. Ahí está el secreto.

Cuando hay vida interior uno se convierte en semilla: la planta permanece por algún tiempo escondida, ya que todo está encerrado en un embrión oculto bajo tierra: pero cuando el embrión se desarrolla, la semilla aparece primero como una plantita, luego como un arbusto, y por fin como una planta grande y magnífica. Pues bien: el apóstol Pablo vivía una profunda vida interior: él meditaba, oraba...

Si san Pablo viviese, continuaría ardiendo con aquella doble llama de un mismo incendio: el amor a Dios y a su Cristo, y a los hombres de todos los pueblos. Y para que le oyeran, subiría a los más elevados púlpitos y multiplicaría su palabra con los medios del progreso actual: prensa, cine, radio y televisión... Su doctrina no sería fría ni abstracta.

Bto. Santiago Alberione

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