Para santa Hildegarda de Bingen, una de las cuestiones esenciales en relación con el crecimiento espiritual, era cómo pueden transformarse las heridas en perlas. De esta cuestión depende que se cumpla o no nuestra humanización. Porque no hay nadie que esté exento de sufrir heridas en la vida. Esto no puede cambiarse. Pero, por cierto, depende de nosotros la manera en que nos manejemos con nuestras heridas: si nos compadecemos de nosotros mismos y quedarnos estancados en esta autocompasión; si reprimimos las heridas; si las utilizamos como pretexto para evadir los desafíos; si nos pasamos la vida echando culpas a otros por nuestros propios problemas.
Nuestra vida sólo podrá ser fructífera cuando contemplemos nuestras heridas, las volvamos a padecer y las elaboremos. Esta elaboración puede hacerse en la terapia o en el acompañamiento espiritual, pero también en nuestra relación con Dios. Podemos ofrecerle nuestras heridas a Dios y expresarlas en nuestras oraciones, para que gradualmente se transformen por medio de su espíritu sanador.
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Transformar nuestras heridas significa que podemos aceptarlas, que no tenemos por qué reprimirlas ni taparlas. Las llevamos abiertamente con nosotros, no como heridas que supuran, sino como un tesoro valioso, como perlas que dan valor a nuestras vidas. Cuando, ante Dios, nos reconciliamos con nuestras heridas y experimentamos su transformación, sentimos que nos mantienen con vida, que pueden volverse una fuente de bendición para nosotros y para otros, y traer frutos a muchos.
A lo largo de los siglos, la veneración de los 14 santos sanadores significó, para muchas personas, un apoyo saludable y benéfico que les permitió transformar sus heridas en perlas. Contemplando las heridas en la figura de los santos, pudieron contemplar sus propias heridas y presentarlas a Dios en la oración.
A lo largo de los siglos, la veneración de los 14 santos sanadores significó, para muchas personas, un apoyo saludable y benéfico que les permitió transformar sus heridas en perlas. Contemplando las heridas en la figura de los santos, pudieron contemplar sus propias heridas y presentarlas a Dios en la oración.
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Para los creyentes, los santos eran símbolos, íconos de salvación. Peregrinaban hasta sus santuarios llevando sus súplicas y dolencias más íntimas. En las leyendas de los santos, se reconocían a sí mismos y sus heridas. Los santos les infundían valor para hacer frente a los aspectos vulnerados de su ser. Al meditar acerca de las leyendas, se abrían al mensaje de que las enfermedades y las situaciones desesperadas, las presiones y los miedos son parte de la vida y deben integrarse en ella.
(Anselm Grüm: Transformar las heridas en perlas, Ed. San Pablo, Argentina, mayo 2010).
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(Anselm Grüm: Transformar las heridas en perlas, Ed. San Pablo, Argentina, mayo 2010).
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