San Agustín,
obispo y doctor de la Iglesia
28 de agosto
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El año 354 nace en Tagaste (África) de la “cristianísima” Mónica y del “paganísimo” Patricio. Ya de niño revela un talento excepcional. A los 16 años iguala en saber a sus maestros.
Mónica lo educa en la fe cristiana, pero las malas compañías lo llevan a una vida licenciosa. De muy joven empieza a convivir con una joven cartaginesa, con la cual tiene un hijo, Adeodato, que se muere en tierna edad. Pasa a Cartago, para estudiar literatura y filosofía.
Cansado de sus paisanos, viaja a Roma en contra de las súplicas de su madre. En Roma abre una escuela con la ayuda de los maniqueos, que lo defraudan con su conducta doble.
Contrae una gravísima enfermedad que lo pone en peligro de muerte. Curado, en el 384 viaja a Milán, para ocupar la cátedra de retórica.
Sigue debatiéndose entre el ansia de sabiduría y el goce desenfrenado. Pero se encuentra con el obispo san Ambrosio. Su madre lo busca y lo halla en Milán, y con sus oraciones y el apoyo del santo obispo, el espíritu de Agustín se llena de luz y paz.
En el 387 recibe el bautismo a manos de Ambrosio. Al morir Mónica en Ostia, Agustín regresa a Tagaste en el 388, reparte sus bienes a los pobres y se da a una vida austera de oración y estudio. Ordenado sacerdote, debe aceptar el obispado de Hipona en el 396.
De su pluma salen obras extraordinarias, entre las que destacan sus Confesiones y La ciudad de Dios. Agustín, una vez tan fascinado por la belleza humana, así oraba a Dios: “Tarde te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva; tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y allí te buscaba...Te he gustado, y ahora tengo hambre y sed de ti” (Confesiones).
Es uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia. El 28 de agosto del 430, agradecido a Dios tanto amor, viaja al paraíso. Gracias a las oraciones de su madre y a la misericordia de Dios que lo transformó de gran pecador en gran santo.
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