POR EL PERDÓN A LA PAZ


24º domingo ordinario
11 sept. 2011

Pedro se acercó a Jesús preguntándole: - Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: - No te digo siete, sino setenta veces siete. Aprendan algo sobre el Reino de los Cielos. Un rey había decidido arreglar cuentas con sus empleados, y para empezar, le trajeron a uno que le deba diez mil monedas de oro. Y puesto que no tenía con qué pagar, el rey ordenó que fuera vendido como esclavo, junto con su mujer, sus hijos y todo cuanto poseía, para así recobrar algo. El empleado, entonces, se arrojó a los pies del rey, suplicándole: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo.» El rey se compadeció y lo dejó libre; más todavía, le perdonó la deuda. Pero apenas salió el empleado de la presencia del rey, se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y casi lo ahogaba, gritándole: «Págame lo que me debes.» El compañero se echó a sus pies y le rogaba: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo.» Pero el otro no aceptó, sino que lo mandó a la cárcel hasta que le pagara toda la deuda. Los compañeros, testigos de esta escena, quedaron muy molestos y fueron a contárselo todo a su señor. Entonces el señor lo hizo llamar y le dijo: «Siervo miserable, yo te perdoné toda la deuda cuando me lo suplicaste. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?» Y hasta tal punto se enojó el señor, que lo puso en manos de los verdugos, hasta que pagara toda la deuda. Y Jesús añadió: - Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano. Mt. 18, 21-35.

Jesús nos pide que perdonemos sin límites: setenta veces siete. Sabe que el perdón devuelve la paz al corazón del ofendido y del ofensor, al hogar, a la sociedad, al mundo. El verdadero perdón restablece la relación fraternal y el amor mutuo entre los hijos de Dios, y la relación filial con el mismo Dios Padre de todos, que perdona sin condiciones –setecientas veces setenta- a quien de veras quiere y busca el perdón.

El verdadero perdón supone reconciliación y conversión a la vez; o sea, esfuerzo del ofendido y del ofensor por superar el mal causado y recibido por la ofensa. La reconciliación y la conversión son la única solución de la gran mayoría de los problemas y heridas en la convivencia diaria: en la familia, en el trabajo, entre amigos, en la Iglesia, el la sociedad, en el mundo.

El cristiano no exige que le pidan perdón, sino que ofrece el perdón, como hizo Cristo Jesús, que fue más allá: pidió perdón incluso para los enemigos que lo crucificaban. Y lo mismo tiene que hacer el cristiano. Nuestra deuda con Dios es inmensamente superior a la deuda del prójimo con nosotros. Si no perdonamos, renunciamos al perdón divino.

El perdón ofrecido es una de los mayores gestos de amor al prójimo y a Dios –padre del ofensor y del ofendido -, y a la vez garantía del perdón de Dios: “Perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Con el perdón la relación humana se convierte en relación salvífica.

Perdonar no es olvidar; es voluntad de no tomar revanchas contra el ofensor, sino desearle el bien, y llegar a pedirle a Dios perdón, paz y salvación para él, e incluso ofrecer la vida por él, cuando Dios la pida. Las heridas profundas no se pueden olvidar, porque dejan señal. Perdonar es no irritarlas ni desgarrarlas, sino curarlas con el bálsamo del perdón.

Que el Padre nos conceda la gracia y el gozo de perdonar setenta veces siete, y sentirnos perdonados por él y por el prójimo, en especial por los de casa, y así merecer de Dios el perdón setecientas veces setenta.

Perdón ilimitado, universal y sin condiciones para todo el que no se niegue a recibirlo.


p. j.