DIOS Y EL CÉSAR



Domingo 29º del tiempo ordinario /

16-10-2011

Los fariseos se reunieron para ver juntos el modo de atrapar a Jesús en sus propias palabras. Le enviaron, pues, discípulos suyos junto con algunos partidarios de Herodes a decirle: - Maestro, sabemos que eres honrado, y que enseñas con sinceridad el camino de Dios. No te preocupas por quién te escucha, ni te dejas influenciar por nadie. Danos, pues, tu parecer: ¿Está contra la Ley pagar el impuesto al César? ¿Debemos pagarlo o no? Jesús se dio cuenta de sus malas intenciones y les contestó: - ¡Hipócritas! ¿Por qué me provocan? Muéstrenme la moneda que se les cobra. Y ellos le mostraron un denario. Entonces Jesús preguntó: -¿De quién es esta cara y el nombre que lleva escrito? Contestaron: - Del César. Jesús les replicó: - Paguen, pues, al César lo que es del César, y den a Dios lo que es de Dios. Mt 22, 15-22.

Los judíos le tienden a Jesús en una trampa política para hacerlo caer y así tener un pretexto para condenarlo, como ya lo tenían decidido. Jesús los sorprende con una respuesta que no se esperaban: a cada cual lo suyo.

En el Catecismo de la Iglesia se dice que es un deber del cristiano pagar impuestos; como es también un deber exigir al gobierno que utilice los impuestos en favor del pueblo.

El ciudadano tiene que dar al Estado lo que es del Estado y a Dios lo que es de Dios. Él quiere que gocemos con gratitud y orden sus dones, y apoyemos al prójimo con parte de lo que nos da, no sólo con bienes materiales, sino también con valores necesarios, como son la vida y la verdad, la justicia y la paz, la libertad y el amor, la solidaridad y la fe.

El cristiano no puede ser insensible frente a las injusticias, atropellos, violaciones, mentiras, manipulaciones, corrupción, guerras…, que sufren sus hermanos. No puede cruzarse de brazos esperando a que actúen los otros allí donde él puede y debe actuar.

La fidelidad total de Jesús al amor a Dios y al hombre, lo puso en el camino de la cruz y de la resurrección. Lo mismo les sucedió, sucede y sucederá a muchos otros a través de los siglos, entre ellos los mártires, que compartieron la cruz de Cristo y su resurrección.

El camino de Jesús es también nuestro camino: “Quien desee seguirme, tome su cruz cada día, y me siga”; seguirlo hacia la resurrección. No es cristiano pensar en la muerte sin pensar a la vez en la resurrección. La muerte no podemos evitarla, pero podemos ofrecerla ya desde ahora por la salvación de los nuestros y de muchos otros. Es la mejor manera de morir para recuperar la vida en la eternidad.

El máximo bien que podemos hacer al prójimo es ayudarle a conseguir la salvación eterna, pues “¿de qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Las obras de misericordia nos abren las puertas de la vida eterna.

p. j.