Domingo 1º de Adviento
27-11-2011
Decía Jesús a sus discípulos: - Estén preparados y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento. Cuando un hombre viaja al extranjero, dejando su casa al cuidado de los sirvientes, cada cual con su tarea, al portero le encarga estar vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, ya que no saben cuándo vendrá el dueño de casa: si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: estén despiertos. Mc 13, 33-37
El Adviento es tiempo especial de tomar más en serio a Dios, la vida, la oración y nuestra felicidad temporal y eterna; tiempo de vigilancia, silencio fecundo, oración con gozosa apertura al Mesías está ya vivo cada día en nosotros, entre nosotros.
El Adviento es tiempo privilegiado para comprometerse a vivir en continua conversión, despiertos y abiertos a la presencia del Resucitado, unidos afectivamente a él, y así prepararnos para el día inesperado en que nos llame a entrar por la muerte a la resurrección, para recibir el puesto de gloria que tiene preparado para quienes pasan despiertos por la vida haciendo el bien.
Vivir despiertos ante Cristo resucitado significa sobre todo vivir unidos a él y abiertos cada día ante las incontables necesidades del prójimo: en el hogar, en el trabajo, grupo, educación, evangelización, comunidad, hospital, cárcel, Iglesia, sociedad, medios de comunicación… El día que nos llame nos juzgará sobre el amor y la ayuda que le prestamos o negamos al prójimo, con quien él se identifica.
Vivir dormidos, es vivir indiferentes ante el sufrimiento humano, hacer sufrir y, peor aun, vivir gozando a costa del dolor ajeno, del inocente, del indefenso, del pobre, del enfermo, del ignorante, del niño desvalido, del anciano.
Que Dios nos libre de ese fatal letargo y nosotros nos despertemos de ese nefasto sueño. Nos examinará sobre lo que hicimos mal, pero también sobre el bien que no hicimos, habiendo podido hacerlo.
Adviento no significa esperar un nuevo nacimiento de Cristo, que nació una sola vez hace más de dos siglos, sino hoy revivimos con él ese gran acontecimiento. Pues o se puede esperar a quien nos dijo claramente: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
El Adviento es preparación a la celebración conmemorativa de Navidad y a la última venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, consiste en acogerlo en su venida real y permanente a nuestra vida de cada día, e intensificar la unión viva con él, para que “se forme en nosotros”, y en nosotros se transparente ante las más diversas situaciones y personas.
Así él nos acogerá en su venida al final de nuestros días terrenos y nos tendrá a su derecha en su última venida gloriosa al fin de los tiempos.
Esa venida permanente de Cristo resucitado a nuestra persona y a nuestra vida, él mismo la confirma con su palabra infalible: “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él”.
La Eucaristía es el acontecimiento admirable donde se realiza el “adviento” privilegiado, si la vivimos y acogemos de verdad a Cristo en la comunión.
La apertura diaria al Mesías Salvador y la ayuda al prójimo por amor a él, dan eficacia salvadora a nuestra vida y a todo lo que vivimos, gozamos, sufrimos y hacemos en su nombre. Es el camino hacia la gloriosa Navidad eterna en la Casa del Padre. ¡Que él no permita que la perdamos y nosotros hagamos lo imposible por no perderla!
p. j.
Decía Jesús a sus discípulos: - Estén preparados y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento. Cuando un hombre viaja al extranjero, dejando su casa al cuidado de los sirvientes, cada cual con su tarea, al portero le encarga estar vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, ya que no saben cuándo vendrá el dueño de casa: si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: estén despiertos. Mc 13, 33-37
El Adviento es tiempo especial de tomar más en serio a Dios, la vida, la oración y nuestra felicidad temporal y eterna; tiempo de vigilancia, silencio fecundo, oración con gozosa apertura al Mesías está ya vivo cada día en nosotros, entre nosotros.
El Adviento es tiempo privilegiado para comprometerse a vivir en continua conversión, despiertos y abiertos a la presencia del Resucitado, unidos afectivamente a él, y así prepararnos para el día inesperado en que nos llame a entrar por la muerte a la resurrección, para recibir el puesto de gloria que tiene preparado para quienes pasan despiertos por la vida haciendo el bien.
Vivir despiertos ante Cristo resucitado significa sobre todo vivir unidos a él y abiertos cada día ante las incontables necesidades del prójimo: en el hogar, en el trabajo, grupo, educación, evangelización, comunidad, hospital, cárcel, Iglesia, sociedad, medios de comunicación… El día que nos llame nos juzgará sobre el amor y la ayuda que le prestamos o negamos al prójimo, con quien él se identifica.
Vivir dormidos, es vivir indiferentes ante el sufrimiento humano, hacer sufrir y, peor aun, vivir gozando a costa del dolor ajeno, del inocente, del indefenso, del pobre, del enfermo, del ignorante, del niño desvalido, del anciano.
Que Dios nos libre de ese fatal letargo y nosotros nos despertemos de ese nefasto sueño. Nos examinará sobre lo que hicimos mal, pero también sobre el bien que no hicimos, habiendo podido hacerlo.
Adviento no significa esperar un nuevo nacimiento de Cristo, que nació una sola vez hace más de dos siglos, sino hoy revivimos con él ese gran acontecimiento. Pues o se puede esperar a quien nos dijo claramente: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
El Adviento es preparación a la celebración conmemorativa de Navidad y a la última venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, consiste en acogerlo en su venida real y permanente a nuestra vida de cada día, e intensificar la unión viva con él, para que “se forme en nosotros”, y en nosotros se transparente ante las más diversas situaciones y personas.
Así él nos acogerá en su venida al final de nuestros días terrenos y nos tendrá a su derecha en su última venida gloriosa al fin de los tiempos.
Esa venida permanente de Cristo resucitado a nuestra persona y a nuestra vida, él mismo la confirma con su palabra infalible: “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él”.
La Eucaristía es el acontecimiento admirable donde se realiza el “adviento” privilegiado, si la vivimos y acogemos de verdad a Cristo en la comunión.
La apertura diaria al Mesías Salvador y la ayuda al prójimo por amor a él, dan eficacia salvadora a nuestra vida y a todo lo que vivimos, gozamos, sufrimos y hacemos en su nombre. Es el camino hacia la gloriosa Navidad eterna en la Casa del Padre. ¡Que él no permita que la perdamos y nosotros hagamos lo imposible por no perderla!
p. j.