
La Palabra se hizo carne
y vive entre nosotros
25-12-2011
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. (Jn 1,1-18)
En la Navidad celebramos el cumpleaños de Jesús, nuestro Salvador. En esta fiesta tomamos mayor conciencia de que Dios nos ama de verdad y comparte nuestra historia.
El Hijo de Dios “puso su tienda entre nosotros”, para vivir con nosotros todos los días, como la Luz verdadera que “ilumina a todo hombre”. “Yo estoy con ustedes todos los días”.
Hace más de dos mil años que Jesús nació, vivió, murió, resucitó y subió a los cielos. Entonces, en la Navidad que celebramos ahora, no vuelve a nacer Jesús, sino que se trata de una fiesta para recordar, vivir y agradecer el misterio de nuestra salvación, y para afianzar más la fe en su presencia amorosa, cada día, en nuestra vida, para eternizarla con él en la fiesta sin fin del Paraíso, que Él ansía compartir con nosotros.
El nacimiento del Hijo de Dios alcanza su pleno sentido en la perspectiva de la Resurrección, que fue su “nacimiento” para la gloria eterna.
Dice san Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, si nosotros no resucitamos… vana es nuestra fe”, y vana sería también la Navidad si no creyéramos que el mismo Jesús nacido en Belén, que resucitó y está vivo entre nosotros, y que en torno a Él en persona, simbolizado en la imagen de un niño, celebramos la Navidad.
La Navidad se hace vana para quienes no creen en la presencia real y actual del Redentor resucitado: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Sólo hay Navidad verdadera cuando no se sustituye a Cristo vivo por el comer y el beber, por la fiesta supuestamente en su honor, pero de la cual está excluido.
La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace al darnos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo” para hacernos hijos suyos y herederos con él de la vida eterna.
La Navidad hoy se se actualiza sobre todo en la celebración sencilla y a la vez sublime de la Eucaristía y de la comunión, donde se cumple lo dicho por Juan evangelista: “A quienes lo acogieron, les dio la capacidad de ser hijos de Dios”.
En la Eucaristía viene a nosotros el mismo Hijo de Dios que nació de María en Belén. “Dichosos ustedes porque han oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios”, nos dice san Ambrosio.
p.j.