EL SENCILLO ARTE DE BENDECIR



Pensamientos del libro EL ARTE DE BENDECIR, de Pierre Pradervand, edic. Sal Terrae.



La búsqueda de la realidad, o del mundo espiritual, se puede verificar en cualquier lugar, situación, actividad, diversión, disputa… La espi-ritualidad es una fuerza de transformación que sólo tiene sentido cuando se vive en la vida de cada día.

“Lo espiritual es lo que sos-tiene y anima el movimiento de los seres. La religión es un conjunto de verdades, ritos, prácticas, unidad y acción colectiva de un grupo humano en relación o unión con la Divinidad. La actividad espiritual se caracteriza por los viajes espirituales interiores. (Robert Torrance).

Una persona puede ser muy religiosa, y carecer de verdadera espiritualidad, la cual se manifiesta en la compasión, perdón, alegría, misericordia, amor real. Pero religión y espiritualidad no se excluyen; lo óptimo es que se vivan a la vez: experiencia de amor al otro y al Otro, que es la suprema Realidad inexpresable, que está dentro y fuera de nosotros, sosteniéndolo, animándolo y amándolo todo.       

La bendición no es un simple rito reservado a los sacerdotes, sino que representa una vigorosa energía de vida y de amor que tiene su base en unas leyes espirituales tan exactas y eficaces como las leyes del mundo físico; y la más importante de todas ellas es la ley del amor incondicional.

El mayor descubrimiento de este milenio bien podría ser el de la existencia de esas leyes, que daría un impulso positivo extraordinario a la evolución de la conciencia y, por lo tanto, a la evolución de los individuos y de las naciones.

Bendecir significa reconocer el Bien infinito del cual procede, en el cual existe y se mueve la trama misma del universo. Este Bien lo que espera una señal vuestra para poder manifestarse. Existe en el universo una fuerza, un Principio fundamental de armonía que rige todas las cosas y al que todos podemos recurrir.

Bendecir implica desear y querer, incondicionalmente, totalmente y sin reserva alguna, el bien ilimitado para los demás y para los acontecimientos de la vida, haciéndolo aflorar de las fuentes más profundas e íntimas de vuestro ser.

Esto implica venerar y considerar con total admiración lo que es siempre un don del Creador, sean cuales fueren las apariencias. Quien sea afectado por vuestra bendición, es un ser privilegiado, sagrado, entero.

“Bendecir supone reconocer una Belleza omnipresente, oculta a los ojos materiales. Es activar la ley universal de atracción que, desde el fondo del universo, traerá a vuestra vida exactamente lo que necesitáis en el momento presente para crecer, avanzar y llenar la copa de vuestro gozo”.

El arte de bendecir es una de las numerosas formas que toma el amor, pero fácilmente accesible, incluso para quienes no han tenido ninguna educación ni experiencia espiritual previa. Es una forma de amor que bendice tanto al que la practica como al que la recibe.

Bendecir significa invocar la protección divina sobre alguien o sobre algo, pensar en él con profundo reconocimiento, evocarlo con gratitud. Bendecir significa, además, llamar a la felicidad para que venga sobre aquellos a quienes bendecimos, ya que nosotros no somos nunca la fuente de la bendición, sino simplemente los testigos gozosos de la abundancia de vida.

Al despertar, bendecid vuestra jornada, porque está ya desbordando de una abundancia de bienes que vuestras bendiciones harán aparecer. Porque bendecir significa reconocer el bien infinito en el cual “nos movemos y existimos” e invade la trama misma del universo. Ese bien lo único que espera es una señal vuestra para poder manifestarse.

Al cruzaros con la gente por la calle, en el autobús, en vuestro lugar de trabajo, en la familia, bendecid a todos. La paz de vuestra bendición será la compañera de su camino, y el aura de su discreto perfume será una luz en su itinerario.

Bendecid a los que os encontréis, derramad una bendición sobre su salud, su trabajo, su alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás. Bendecidlos en sus bienes y en sus recursos.

Bendecidlos de todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no sólo esparcen las semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo en los espacios áridos de vuestra propia vida.

Mientras paseáis, bendecid vuestra aldea o vuestra ciudad; bendecid a los que la gobiernan y a sus educadores, a sus enfermeras y a sus barrenderos, a sus sacerdotes y a sus prostitutas, para que en ellos crezca lo mejor que Dios les ha dado: el ser imagen e hijos suyos.

En cuanto alguien os muestre el menor síntoma de agresividad, cólera o falta de bondad, responded con una bendición silenciosa. Bendecidlo totalmente, sinceramente, gozosamente, porque esas bendiciones son un escudo que lo protege a é de la ignorancia de sus maldades, y cambian de rumbo la flecha que os ha disparado.

A los que sufren, bendecidlos en su vitalidad y en su gozo, pues los sentidos no presentan más que el revés del esplendor y de la perfección última que sólo el ojo interior puede percibir.

Es imposible bendecir y juzgar negativamente al mismo tiempo. Mantened el deseo de bendecir como una incesante plegaria silenciosa, y de esta forma seréis artesanos de la paz, y un día descubriréis por todas partes el rostro mismo de Dios.

La práctica de la bendición es un recurso muy eficaz para crecer en el amor universal y no condenar a nadie. No se puede crecer espiritualmente mientras se esté mentalmente entorpecido por el hábito de juzgar negativamente a los demás.

Nadie puede sentirse en paz consigo mismo condenando a los demás. Procura sistemáticamente sustituir tus pensamientos condenatorios por un pensamiento de bendición, y verás cambios sorprendentes en ti y en los que juzgas mal, aunque el cambio no se perciba de la noche a la mañana. Es cuestión de perseverancia.


“Pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida y la bendición para ti y para tu descendencia”, dijo Dios a Moisés (Deut 30, 19-20). 

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