QUE AMANEZCA LA CULTURA DE LA MISERICORDIA
Domingo 2° de Pascua, Fiesta de
la Divina Misericordia
- C/ 7 abril 2013
Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los
discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a
los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
Dicho esto, les mostró las manos y el
costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a
decir: "¡La paz esté con ustedes! Como el
Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban
el Espíritu Santo: a quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y
a quienes se los retengan, les serán retenidos." Jn 20, 19-31.
Al resucitar, el cuerpo de Jesús se vuelve glorioso,
libre de las limitaciones de la materia caduca, del espacio, del tiempo, del
sufrimiento, de la muerte. Así se aparece Jesús a sus discípulos reunidos a
puertas cerradas.
Jesús también se nos presenta a nosotros todos los
días, aunque no lo veamos, si le abrimos las puertas de nuestro templo
interior: “¡Felices los que crean sin
haber visto!” Él se nos presenta principalmente en la Eucaristía , en la Biblia , en el prójimo, que
son los tres sacramentos preferidos de su amorosa presencia real, aunque oculta.
La experiencia de
Jesús Resucitado, presente en nuestra vida según su palabra infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta el
fin del mundo”, es fuente de la paz, de alegría y de fortaleza en el
sufrimiento, y da eficacia salvífica a nuestra vida y obras.
Viviendo unidos al
Resucitado, tenemos asegurada la victoria sobre el pecado, sobre el sufrimiento
y la muerte: “Quien cree en mí, vivirá
para siempre”; y podemos alcanzar la alegría de morir, como san Pablo la experimentaba:
“Para mí es con mucho lo mejor morirme
para estar con Cristo”.
En el Evangelio de
hoy Jesús se presenta a los discípulos dándoles la paz y el poder de perdonar
los pecados: “Paz a ustedes. Reciban el
Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados”.
Por eso este domingo se celebra la “Fiesta
de la Divina
Misericordia ”.
La omnipotencia de
Dios se demuestra principalmente en el perdón de los pecados. Después de la
vida, el perdón de Dios es el mayor don de su amor. Y perdonar al prójimo es
una expresión del amor más genuino y puro, que nos garantiza el perdón de Dios:
“Sean misericordiosos y alcanzarán
misericordia”. “Si ustedes perdonan, serán perdonados”.
Tema del evangelio
de hoy es también la misión: llamados para estar con Cristo resucitado y ser
testigos suyos, dándolo a conocer por todos los medios a nuestro alcance: el
ejemplo, la palabra, la imagen, las obras...
Si de verdad creemos
en el Resucitado y lo amamos como persona presente, nos haremos transparencia
suya allí donde vivimos, y compartiremos con amor y gozo su proyecto de
salvación a favor de la humanidad: “Como
el Padre me envió a mí, así los envío también yo a ustedes”. Así superamos
la inútil fe teórica en la
Resurrección.
La fe en Jesús
resucitado presente, supone una felicidad tan extraordinaria, que se nos puede
antojar increíble y hundirnos en la incredulidad, como les pasaba a los
discípulos, que no podían creer por la alegría que les causaba la Resurrección. Supliquemos:
Creo, Señor, pero aumenta mi fe.
FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA
El
22 de febrero de 1931, Jesús dijo a santa Faustina Kowalska,: “Deseo que el segundo domingo de Pascua de
Resurrección se celebre la
Fiesta de la
Misericordia ”. “Ese día están
abiertas las entrañas de mi Misericordia. Quien se confiese y reciba la Santa Comunión ,
obtendrá el perdón total de las culpas y las penas”.
En
la revelación 35 Jesús le dijo: “Cuanto más grande
es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a mi misericordia... Quien
confía en mi misericordia, no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y los
enemigos se estrellarán contra el escabel de mis pies”. “Nadie está excluido de
mi Misericordia”.
Jesús
le dijo también: “Manda hacer una imagen según el modelo que ves, y rubrícala: Jesús, en ti confío. Prometo que quien venere esta imagen, no
perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los
enemigos, y en especial en la hora de la muerte”.
Jesús
recomendó a Santa Faustina: “Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran Misericordia que
tengo para con los pecadores. Que el pecador no tenga miedo de
acercarse a mí... La desconfianza de los creyentes desgarra mis entrañas. Y más
aún me duele la desconfianza de los elegidos
que, a pesar de mi amor inagotable, no confían en mí”. Y le mandó escribir: “Antes
de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de la Misericordia ”.
En
la revelación 24 Jesús enseñó a santa Faustina Kowalska el Rosario de la Misericordia ,
con esta promesa: “Toda persona que lo rece, recibirá mi gran misericordia a la hora de
la muerte. Los sacerdotes se lo recomendarán a los
pecadores como última tabla de salvación. Hasta el pecador más
empedernido, si reza este rosario una sola vez, recibirá la gracia de mi
Misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca mi Misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las personas que
confíen en mi Misericordia”.
El
mismo Jesús le dijo cómo se debía rezar este rosario: “Primero rezarás un Padrenuestro, un Avemaría y el Credo. Luego, en las
cinco cuentas que corresponden al “Padre nuestro”, dirás las siguientes
palabras: Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre , el Alma y la Divinidad de tu
amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros
pecados y los del mundo entero. En lugar de las diez Avemarías, dirás diez veces las siguientes
palabras: Por su dolorosa Pasión, ten
misericordia de nosotros y del mundo entero. Y al final de cada decena, dirás tres veces
la siguiente invocación: Santo Dios, Santo
Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.
Estas
revelaciones están implícitamente garantizadas por la Iglesia al canonizar a
santa Faustina en el 2000 y al instituir la Fiesta de la Divina Misericordia.
La eficacia salvadora de esta devoción no es mágica o automática, sino
que se requiere una sincera conversión y petición de perdón a Dios por los
propios pecados, por grandes que sean, y proponiéndose usar misericordia con
los demás mediante obras, gestos, palabras, sufrimientos y oraciones por ellos y
en nombre de ellos.
P. Jesús
Álvarez, ssp
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