Transigencia contra intransigencia




Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: - Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma? Pero Jesús se volvió y los reprendió. (Lc. 9,51-62).

Jesús sube hacia Jerusalén decidido a morir por la salvación de todos los hombres, por ti y por mí; incluidos los samaritanos, que le niegan hospedaje.

Los discípulos caen en la intransigencia y en el ancestral desprecio mutuo entre los judíos y los samaritanos. Su actitud violenta no tiene nada que ver con Cristo ni con su misión redentora y de misericordia.

Jesús ha venido para salvar, no para condenar; para abatir las barreras que separan a los hombres, no para destruir a los hombres; para ser exigente, pero no intransigente; para promover el perdón y la paz, y no la violencia. Ha venido para usar el poder de Dios en favor de los hombres, no en contra de ellos.

También nosotros, como cristianos, imitadores de Cristo, estamos invitados usar misericordia como Jesús, y no a condenar, como solemos hacer fácilmente, cerrándonos al perdón de Dios: “Si ustedes no perdonan, no serán perdonados (Mt 6, 14); “De la misma manera que ustedes juzguen, serán juzgados” (Mt 7, 2).

Jesús es indulgente incluso con sus enemigos, pero es exigente con sus seguidores: “Si alguien quiere ser discípulo mío, tome su cruz cada día y me siga” (Mc 8, 34).No pueden servir a dos señores: a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). “Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).

El Maestro no es exigente por gusto, sino porque quiere para los suyos lo mejor: “El ciento por uno en la tierra y luego y la vida eterna” (Mt 19,29); y eso tan sólo con la exigencia se puede alcanzar. Quiere que lo sigan al calvario, porque ése es el camino real de la resurrección y de la gloria eterna. No hay otro.

Pero no se trata de que el cristiano piense y viva sólo en el tormento de la cruz, sino sobre todo en una vida pascual gozosa con Cristo Resucitado y presente, que alivia la cruz y da a nuestro calvario el esplendor de la resurrección y de la gloria eterna. Así vale la pena cargar tras Él la cruz de cada día.
P. J. A.
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