EL ESCÁNDALO ANTE JESÚS
Domingo 3° Adviento-A /
15-12-2013
Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de las obras de Cristo, por
lo que envió a sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir,
o tenemos que esperar a otro?" Jesús les contestó: "Vayan y cuéntenle
a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una
Buena Nueva llega a los pobres. ¡Y dichoso quien no se escandalice de mí!"
Mt 11, 2-11.
A la pregunta de los discípulo
de Juan, Jesús responde que se está verificando en su persona todo lo anunciado
por los profetas sobre el Mesías, y que por tanto no hay que esperar a otro:
han llegado los tiempos mesiánicos, los tiempos de Cristo, el único Salvador.
Jesús añade: “Dichoso quien no
se escandalice de mí”. Es decir: feliz quien no se sienta decepcionado, o no
crea en mí por esperar de él un reino temporal al estilo de los demás reinos.
En todo tiempo hay qiénes se
escandalizan de Jesús, y por eso buscan “otros salvadores” que propongan un
camino más fácil, sin cruces. Pero sólo Jesús es Salvador, el único que puede
darnos lo que necesitamos y deseamos: paz, alegría y vida eterna.
Se trata del escándalo de la cruz, del que habla san
Pablo: “Nosotros predicamos a un Cristo
crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Co, 1,
23). La cruz abrazada y ofrecida es el
único el camino posible hacia la resurrección y la gloria, pues lo eligió el
mismo Hijo de Dios. Sería fatal equivocarse de ruta…
Jesús viene a conquistar el
reino eterno para él, para cada uno de nosotros y para la humanidad, mediante
la humillación de la cruz y la gloria de la resurrección.
Tal vez nos escandalizamos
también nosotros, y no queremos acoger y asociar nuestras cruces a la de
Cristo, por la propia salvación, la salvación de los nuestros y la del mundo. La
cruz asociada a la de Jesús, que la comparte con nosotros, reduce su peso y
produce un gra peso de felicidad eterna, e incluso temporal.
El temor a la cruz y a la
muerte se supera mirando a la resurrección y al gozo eterno que Jesús nos
mereció. Él mismo alivia nuestras cruces con la paz y la esperanza: “Vengan a mí todos los que estàn cansados y
agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). “Los padecimientos de este mundo no tienen comparación alguna con la
gloria y el gozo eterno que nos espera” (Rm 8, 18)
P. J. A..