Domingo 18° durante el año
–A- 3-08-2014
Jesús se alejó en una barca a un
lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y
lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose
de ella, sanó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se le acercaron y le
dijeron: - Éste es
un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las
ciudades a comprarse alimentos. Pero Jesús les dijo: - No es necesario que se vayan; denles de comer ustedes
mismos. Ellos respondieron: Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados.
Tráiganmelos aquí, les
dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó
los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció
la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los
distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que
sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil
hombres, sin contar las mujeres y los niños. (Mt 14, 13-21).
Con el
milagro de la multiplicación de los panes, Jesús desea convencer a los oyentes
de que Él puede y desea darles mucho más que el alimento material: quiere darles
el Pan de Vida eterna: el Pan de su Palabra y el Pan de su Cuerpo.
Gran
parte de aquella gente se reúnen alrededor de Jesús, pero son pocos los que lo
siguen como su Salvador. Buscan sus favores, no su mensaje de salvación. Por luego
se lamentará: “Ustedes me buscan, no
porque han visto milagros, sino porque han comido hasta saciarse. Trabajen, no
por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la vida eterna. (Juan 6, 22-29).
Jesús
nos anima a que trabajemos con valentía, tesón, inteligencia y esperanza por
nuestro máximo y eterno bien, pero y ganándonos el pan de cada día, sin dejar
de acoger, asimilar y el alimento que permanece y da la vida eterna: el Pan de
la Palabra de Dios y el Pan de la Eucaristía; realidades privilegiadas de la
presencia viva del Salvador Resucitado. En esas presencias, Jesús pone a nuestro
alcance la salvación eterna, pues ningún otro nos la puede dar.
No nos
dejemos seducir por caducas felicidades inmediatas, que como vienen, se van sin
retorno. Gran necedad es jugar con la vida y con la gloria eterna, que es la
única y máxima posibilidad de saciar para siempre nuestra hambre y nuestra sed
de felicidad en el Banquete eterno.
Dios, que nos ha creado sin nuestra colaboración,
no nos salvará sin nuestro esfuerzo libre, gozoso y tenaz, cultivando una
fe-adhesión amorosa a Cristo Resucitado presente, el único Salvador nuestro, el
verdadero Pan vivo bajado del cielo.
Pero también todos podemos compartir
algo de lo poco o lo mucho que Dios nos ha dado para ayudar a otros en el
camino de la salvación: nuestra fe vivida en alegría y firmeza, nuestra colaboración
amorosa de la oración, testimonio, palabra, nuestra lucha por la justicia y la
paz en el hogar, en el pueblo, en la nación, en el mundo. “Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes” (Lc 5, 36).
Mas también debemos asociar nuestros
sufrimientos diarios e inevitables, y los de muchos otros que sufren. Así
gozaremos en la paz y alegría pascual, ya en la tierra, sin riesgo de perder el
camino del Paraíso eterno.
P. J. A.