Domingo XXIX durante el año
Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: - Maestro, concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y
otro a tu izquierda cuando estés en tu reino. Jesús les dijo: - Ustedes no saben lo
que piden. ¿Pueden
beber la copa que yo estoy bebiendo o ser
bautizados como yo soy bautizado? Ellos contestaron: - Sí, podemos. Jesús
les dijo: - Pues bien, la copa que yo bebo, la beberán
también ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que yo estoy
recibiendo; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a
mí concederlo; eso ha sido preparado para otros. Los otros diez se
enojaron con Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo: - Como ustedes
saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y
los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes.
Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe
hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo
de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para
servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.
Los
discípulos se peleaban por los primeros puestos en el ansiado reino temporal de
Jesús, mientras que él vivía la angustia de la muerte inminente. No podían creer
que la victoria total del Maestro mediante la resurrección sería el resultado
de su fracaso aparente en la cruz.
Jesús
pregunta a los ambiciosos discípulos si están dispuestos a pagar el precio de
lo que piden: "beber el cáliz”,
compartir su pasión y muerte. Ellos responden que sí, sin saber a lo que se
comprometen. Pero al fin de sus días terrenos, beberán el cáliz del martirio, a
imitación de Cristo Jesús que les dará inmensamente más de cuanto pedían: les
dará la resurrección, la vida eterna y puestos de gloria en su reino eterno.
También
en nuestra Iglesia, como en otras confesiones, hay quiénes ambicionan
mezquinamente puestos, poder y privilegios, siendo así que la autoridad en la Iglesia no puede ser sino
servicio de amor salvífico, ejercido a imitación y en nombre de Cristo muerto y
resucitado.
El
máximo honor es para quien más ama, no para quien más poder y títulos tienen.
La autoridad se hace cruz gozosa de servicio en el amor, hasta imitar a Jesús
en el máximo servicio y amor: dar la vida por quienes ama, para así resucitar
él y resucitarlos a ellos.
Dar
la vida no significa sólo morir, sino también proyectar la vida temporal como
donación por el bien y la salvación de los hombres, para recuperarla al fin en
total plenitud mediante la resurrección.
“Quien entregue la vida por mí, la salvará” (Lc 9, 24).
Jesús,
pagando el precio de su muerte por nuestra vida, adquirió para sí y para la
humanidad, la victoria total y definitiva sobre su muerte y sobre nuestra
muerte, con el inaudito milagro de nuestra resurrección.
Los
pastores no han sido elegidos “para ser
servidos, sino para servir y dar la vida por sus hermanos” (Lc 9,
23),
como Cristo Jesús nuestro Salvador. A servicio total, premio total.
Jesús
nos pide vivir en el amor, rechazando todo dominio posesivo sobre los demás. Y si nos da
alguna autoridad en la Iglesia, ejerzámosla sin ambiciones temporales y con gratitud, como hizo el Buen
Pastor: con amor servicial, sin evadir responsabilidades, y a la vez, inculcar el
cumplimiento de los propios deberes para con Dios y para quenes nos han sido confiados por el Divino Pastor, en orden a la
vida eterna.
P. Jesús Álvarez, ssp