CONVERTIRSE A LA FELICIDAD

¡Él ES EL CORDERO DE DIOS
que borra el pecado del mundo!

Domingo III de Adviento-C/13-12-2015

Evangelio    Lucas  3, 2-3, 10-18.

La gente le preguntaba a Juan Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él les contestaba: "El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo." Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer?" Respondió Juan: "No cobren más de lo establecido." A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les contestó: "No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo." El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo que Juan hizo a todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia.

Sorprende constatar cómo personas de las más diversas clases y condiciones de vida, se muestran ansiosas por saber lo que tienen que hacer para conseguir la paz del corazón en este mundo y la felicidad de la vida eterna. Nadie está excluido del amor de Dios ni de la vida eterna, con tal de que la desee de verdad, y se convierta al amor de Dios, al amor del prójimo y al recto amor a sí mismo.

La infelicidad se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes, nulas o negativas con la Fuente misma de toda felicidad: Dios. La indiferencia ante Dios es causa de todos los males y pecados.
¿Qué hacer entonces? Para ser felices en esta breve vida y plenamente en la eterna, ante todo hay que reconocer y abandonar las falsas o aparentes felicidades que nos hunden, sin darnos cuenta, en la infelicidad; y volverse a la felicidad en Persona: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).
Juan anunciaba la Buena Noticia, que identificaba con la persona del Salvador. Y ese mismo Jesús está cada día a nuestra disposición, como fuente de la felicidad que ansiamos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. En Él tenemos que modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día, para que sea de verdadera felicidad pascual, en unión con Jesús resucitado y presente, que nos está preparando un puesto de inmensa felicidad eterna.
A espaldas de de nuestro Salvador se pueden lograr satisfacciones pasajeras, ilusorias, pero no la felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que tal vez buscamos neciamente una y mil veces allí donde no está.
Se vuelve con obstinación a las charcas resecas y envenenadas de muerte, como si nos faltara el sentido común y la razón, pero sobre todo por falta de fe. Jesús nos dice: “Les he comunicado estas cosas para que mi felicidad esté en ustedes”. Él desea transformar nuestros sufrimientos en felicidad, nuestra muerte en resurrección y vida eterna. ¿Le creemos?
Jesús no vino para condenarnos, sino para salvarnos, y por eso murió y resucitó a fin de que nosotros resucitemos con él para la felicidad total que nos está preparando. No podemos arriesgar la felicidad única y eterna, a cambio de golosinas y cosquillas que se disuelven como bolitas de jabón.
“Trabajemos con temor y en serio por nuestra salvación” y por la salvación de los otros, empezando por casa. Esa colaboración es la primera tarea de la salvación propia y ajena. 

P. J. A.