DOMINGO III DURANTE EL AÑO / C / 25-01-2016

El Espíritu Santo me envió a llevar 
la Buena Noticia a los pobres 


Lucas    1, 1-4; 4, 14-21

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

El evangelista san Lucas no había visto a Jesús en su vida terrena, pero se dedicó a recopilar datos de labios de quienes han sido testigos oculares y servidores de la Palabra” (Lc 1, 2): los apóstoles, los discípulos, y sobre todo, la misma Madre de Jesús.

El Evangelio anuncia la buena noticia de la salvación, y cómo se realiza hoy el plan de salvación del Padre, a través de Cristo y de sus discípulos esparcidos por todo el mundo. 

Los seguidores de Jesús hoy, tratan de vivir el momento presente como ocasión privilegiada de la presencia salvadora de Jesús Resucitado: “Estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

Lo decisivo es que nosotros estemos unidos con Él: “Como el Padre me ama, así también yo los amo a ustedes. Permanezcan en mi amor" (Jn 15, 10).

De ahí que no se puede abordar la Palabra de Dios como un libro cualquiera, sino como un acto mediante el cual el lector se comunica con el Salvador en persona, de modo que se realiza la palabra infalible de Jesús: "Estoy con ustedes todos los días".  

La predicación y la catequesis no pueden limitarse a lo que pasó con Jesús en su vida terrena, con los discípulos y la gente, sino que debe interpretar lo que se está realizando hoy en mi vida, en la familia, en la Iglesia, en la comunidad y en la sociedad; pero siempre a la luz de la Palabra de Dios, y en la perspectiva de nuestra liberación, redención y glorificación eterna.

El mismo Jesús sugiere la condición esencial e infalible para integrarnos eficazmente en su misión: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí, no pueden hacer nada” (Jn 15, 5). Se entiende: nada en orden a la salvación y a la gloria eterna.

La Palabra de Dios está al mismo nivel que la Eucaristía: dos realidades de la presencia viva de Cristo resucitado, que en las Escrituras nos habla, y en la Eucaristía nos alimenta.

¿Cuánto nos falta para creer y vivir a fondo estas divinas y eternas realidades? No se trata de una narración de lo que hizo y dijo Jesús, sino de un encuentro real y personal con el mismo Cristo Resucitado y presente, que nos habla a través de su Palabra escrita, proclamada y divulgada hoy por todos los medios de comunicación social, que la multiplican casi al infinito, a la velocidad de la luz: 300.000 Kms, por segundo.

Invoquemos al Espíritu Santo antes de iniciar la lectura de la Palabra de Dios, y antes de la Eucaristía, pues "sin su ayuda, nada bueno hay en el hombre, nada inocente" (Himno al Espíritu Santo, Lit. Horas).

P. J. A.