El encanto de la vida consagrada - 6


La obediencia es confianza

El monje benedictino Simón Pedro Arnold, en su libro “El riesgo de Jesucristo, una relectura de los votos”, editado por las HSP de Perú, dedica nueve páginas a la obediencia religiosa y también obediencia cristiana, pues se trata de la obediencia que arranca del Evangelio y se fundamenta en la confianza.

Esta “relectura” de la obediencia religiosa no contradice sino que esclarece y complementa cuanto se dijo en el número anterior sobre el mismo tema.

El P. Arnold me disculpará por tomar algunos de sus reveladores pensamientos, no todos al pie de la letra, y que eso sirva para suscitar el deseo de leer su obra.


Frente a la perspectiva disciplinar, legalista y normativa tan generalizada respecto de la obediencia religiosa, que ha producido desconfianza, rechazo, miedos, rebeliones, abandonos, o sometimiento infantil, el P.

Arnold propone la obediencia religiosa desde la perspectiva evangélica, desde la fe, como un “itinerario espiritual de conversión y liberación, una espiritualidad de la confianza como camino de retorno a Dios, es decir: de obediencia”. Liberación y libertad son frutos de la auténtica obediencia.


El P. Arnold cita palabras de su fundador, San Benito, en el prólogo de la Regla: “Quienquiera que seas, que te propones volver, por los caminos de la obediencia, a Aquél del cual te había alejado la desobediencia…”.
“La obediencia es una experiencia de retorno espiritual hacia Dios, de quien nos estamos alejando constantemente”. (Pensamiento que coincide con la invitación del beato Alberione escrita al lado de los sagrarios de la Familia Paulina en todo el mundo: “Vivan en continua conversión”).

El P. Arnold remite a la desobediencia primigenia del pecado original, consistente en la engañosa pretensión de ser como Dios en contra de Dios o prescindiendo de él, cuando sólo es posible “ser como dioses”, hijos de Dios, gracias a su poder, a su voluntad y su amor infinitos.

Sólo en la unión con Dios se puede ser dioses: “Serán dioses”.
La obediencia se inscribe en el proyecto inacabado de la creación, en el que el Creador ha querido necesitar la colaboración obediente del hombre como “cultivador y cuidador de su creación”, y como “colaborador” de Cristo en e la redención.

Nuestra finitud de criaturas requiere que nos necesitemos y amemos los unos a los otros para poder ser plenamente nosotros mismos, dando de lo que somos y tenemos, y recibiendo de lo que no somos o no tenemos, y que el otro es y tiene. El hombre, a pesar de ser la obra maestra del Creador, es un ser inacabado.
El Maligno logró transmitir a nuestros progenitores la imagen desfigurada de un Dios individualista y dictador, ante el cual sólo cabe una actitud de competencia, desconfianza y desobediencia.

En consecuencia, “hemos perdido la confianza en Dios, en nosotros mismos y en el otro por haber entendido la obediencia en categorías de poder, de sanción y de muerte, en vez de acoger la Vida como un don gratuito a compartir, y nuestra carencia de inacabados como la gracia de nuestra reciprocidad”.

La práctica y vivencia de los votos es un anticipo del Reino, y la obediencia “se hace camino de reconciliación con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Por la obediencia aprendemos a reconciliarnos con nuestras carencias y debilidades, a dar gracias a Dios por no ser autosuficientes en nada, y necesitar de Él y de los demás para vivir en plenitud” y felicidad.


“Jesús, con su encarnación, su pasión y su glorificación reinaugura un modo de relación entre Dios y sus criaturas y entre los humanos, basada en la reciprocidad, en la alegría de nuestra carencia, en la necesidad mutua, en una palabra: en la confianza reencontrada”.


“Si consentimos y acogemos lo que es la nueva obediencia evangélica, ya no tienen consistencia los cerrojos de nuestros miedos, apariencias y seguridades, de nuestras vergüenzas y envidias”.
“El Señor nos invita a obedecernos a nosotros mismos, a atrevernos a creer que valemos, que podemos juntar nuestras carencias con las carencias de los demás, para que ya no sean heridas, sino oportunidades de libertad y de amor compartido”, en Cristo.

“Esta confianza recobrada es la consecuencia de sabernos amados: valgo, puesto que soy amado. Ahí está el secreto de la obediencia a uno mismo... Si puedo restaurar la confianza en mí mismo y en los hermanos, es porque Dios es digno de confianza, el único totalmente fiable”.


“La obediencia a la manera de Jesús implica revivir la experiencia de un amor privilegiado, gratuito, no merecido, fiel e incondicional: me ama porque me ama y punto. Si puedo tener confianza en mí mismo, es porque me ama y nada más. Normalmente pensamos que tenemos que valer por nosotros mismos para merecer su amor”.

“Es el amor de Dios el que me da confianza en mí mismo, y la confianza en mí mismo me da a la vez confianza en el hermano, por el amor gratuito y sin condición”. Dios ama a mi hermano e hijo suyo como me ama a mí y a su mismo Hijo.
“Si yo mismo, el otro y Dios no constituyen ya amenazas para mi vida, puedo entrar con tranquilidad en un camino de colaboración y solidaridad.

En la competencia para ser dios sin el otro o contra él, me destruyo, y destruyo toda posibilidad de divinizarnos. Se trata de atreverse a sentirnos infinitamente amables, tal como somos y como nos hizo Dios, cualquiera que sea la historia de cada uno”.
“En la medida en que uno ama más, se entrega más libremente a los demás, da la vida por los amigos, pero no en sumisión a una orden, sino libremente por amor”.

“En la espiritualidad de la confianza ofrecemos el espectáculo de nuestras heridas como prueba gozosa de nuestra redención y liberación definitivas”.
“Otro de los instrumentos del retorno a la confianza es el acompañamiento espiritual. En ese caminar juntos hacia la reconciliación universal con un hermano, una hermana, en una comunidad que nos acompaña, nos precede y nos sigue.

Camino de compartir, de experiencia, de escucha, de silencio y de compasión; camino de palabra firme a veces, y de corrección fraterna… Todo lo contrario a la dependencia afectiva, a la sumisión temerosa, a la búsqueda de aprobación, a la rebeldía sistemática”.
“La confianza se conquista a través de la confianza”, y es indispensable para que la obediencia sea realmente salvífica y grata a Dios.