Domingo 16º durante el año - B / 19-07-2009
Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo eNseñándoles largo rato. Mc 6, 30-34
Los apóstoles, contentos de su misión, le cuentan a Jesús cómo les ha ido; pero están cansados, y Jesús los invita a un lugar retirado para reposar, orar, reflexionar, dialogar. El Maestro quiere evitar que la actividad apostólica se convierta en activismo o en triunfalismo. Deben darse tiempo para sí mismos, para descansar y recargarse en la oración para seguir dando y dándose sin vaciarse.
Dios puede y quiere hacer siempre más y mejor a través de nosotros si obramos con humildad y generosidad, conscientes de que la eficacia salvadora de nuestra vida cristiana y de nuestra actividad evangelizadora y laboral se debe sólo a la unión con el único Salvador, Cristo. Así lo afirma Él mismo: "Quien permanece unido a mí produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada" (Jn, 15, 5).
Jesús y los discípulos, al llegar al lugar retirado, se encuentran con la multitud de la que escapaban. Entonces él echó mano del único recurso que le quedaba ante el fracaso de su plan de necesario descanso y oración, y atiende a aquella multitud de “ovejas sin pastor: “Se puso a enseñarles con calma”.
En situaciones semejantes, acojamos la experiencia a la que el Maestro nos invita: “Vengan a mí todos los que andan cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Encontrarse con Jesús y estar con él, es el descanso más productivo de paz y salvación. Es lo que siempre han hecho grandes mujeres y hombres sobrecargados de una actividad abrumadora. Dos ejemplos recientes: Santiago Alberione y Madre Teresa de Calcuta.
Es indispensable recurrir a esa experiencia pacificadora y renovadora de la contemplación del Maestro en nuestra misión de cristianos, la cual consiste en evangelizar a los demás con la vida, con las obras y con la palabra. “Para hablar de Dios a los hombres, hay que hablar y escuchar primero al Dios de los hombres”.
Mas puede haber circunstancias en la vida en que no se tenga tiempo ni para comer. Pero si habitualmente no tuviéramos tiempo para estar a solas con Cristo, correríamos el grave riesgo de perder el tiempo en actividades vacías de fuerza liberadora y salvífica.
Ante la escasez de tiempo material, disponemos siempre del tiempo “mental”, “imaginativo” y “del corazón”, que nadie nos puede arrebatar. Jesús nos advierte: “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6, 21), “Donde estoy yo, allí estará también mi discípulo”. El beato Santiago Alberione decía: “A más trabajo, más oración”. Así lo hacía él, y desarrollaba una ingente actividad misionera. Y bien podía decir con san Pablo: “He trabajado más que todos”.
Nadie puede privarnos de la posibilidad y la alegría de orientar, a diario y en todo momento, nuestra mente, nuestra imaginación, nuestro corazón y nuestra oración hacia el Resucitado presente, que nos asegura su promesa infalible de estar con nosotros todos los días de nuestra vida. Basta que nos decidamos a estar de veras con Él.
Jeremías, 23, 1-6.
¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal! -oráculo del Señor-. Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que apacientan a mi pueblo: Ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas. Yo, en cambio, voy a ocuparme de ustedes, para castigar sus malas acciones -oráculo del Señor-. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países adonde las había expulsado, y las haré volver a sus praderas, donde serán fecundas y se multiplicarán. Yo suscitaré para ellas pastores que las apacentarán; y ya no temerán ni se espantarán, y no se echará de menos a ninguna -oráculo del Señor-. Llegarán los días -oráculo del Señor- en que suscitaré para David un germen justo; Él reinará como rey y será prudente, practicará la justicia y el derecho en el país.
Este paso de Jeremías es de una dramática actualidad... Falsos pastores o líderes que en todos los tiempos y en todas las religiones extravían a sus hermanos con falsas doctrinas, o con una vida que contradice la verdadera doctrina, preocupados más del cargo y del prestigio que las ovejas.
También en nuestra Iglesia hay falsos pastores a causa de la incoherencia de su vida. Debemos reconocerlos para no imitarlos; para orar, ofrecer por ellos y darles ejemplo. Nuestra fe no se funda en los pastores, ya sean buenos o malos, sino en el Supremo Pastor resucitado, quien, en una eventual falta de buenos pastores, nos guiará personalmente hacia las verdes praderas de la gracia y de la vida eterna, si permanecemos fieles y unidos a él a pesar de todo.
Al Buen Pastor tenemos que mirar y seguir, para no dejarnos llevar por el mal ejemplo de los falsos pastores y ni ser merecedores del mismo terrible destino: “No los conozco; aléjense de mí, obradores de iniquidad”.
Efesios 2, 13-18
Hermanos: Ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz: Él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separa¬ba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamien¬tos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona. Y Él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu.
Jesús, con su palabra y con su cruz, derriba los muros del nacionalismo religioso judío, que luego los apóstoles abatirán dispersándose por todo el mundo para llevar el mensaje de la paz y la fraternidad universal promovido por el Maestro, Príncipe de la Paz, nuestra paz, nuestra alegría y salvación.
La paz tiene dos direcciones: una vertical, paz con Dios; y otra horizontal, paz con los hombres, hermanos de Cristo e hijos del mismo Padre. Sólo si tenemos paz con Dios, la tendremos con los hijos de Dios, y con nosotros mismos. Somos familia de Dios, en la que todos somos todos iguales y amados como hijos.
Dios ama a todos los hombres y quiere su salvación. Es un deber y un gozo compartir ese amor y esa voluntad salvífica de Dios, abriendo el corazón y la oración – sobre todo la Eucaristía – a todos los hombres hermanos nuestros.
¿Oramos y ofrecemos por aquellos hermanos nuestros que los medios de comunicación social nos presentan cada día sufriendo hambre, injusticia, violencia, violaciones, engaños, desgracias, guerra, muerte..., en todo el mundo? Y de manera especial en la Eucaristía, que así dejaría de sernos aburrida, al presentar al Padre a tantos hermanos sufrientes para que los haga partícipes y destinatarios de la redención de Cristo.
P. Jesús Álvarez, ssp
Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo eNseñándoles largo rato. Mc 6, 30-34
Los apóstoles, contentos de su misión, le cuentan a Jesús cómo les ha ido; pero están cansados, y Jesús los invita a un lugar retirado para reposar, orar, reflexionar, dialogar. El Maestro quiere evitar que la actividad apostólica se convierta en activismo o en triunfalismo. Deben darse tiempo para sí mismos, para descansar y recargarse en la oración para seguir dando y dándose sin vaciarse.
Dios puede y quiere hacer siempre más y mejor a través de nosotros si obramos con humildad y generosidad, conscientes de que la eficacia salvadora de nuestra vida cristiana y de nuestra actividad evangelizadora y laboral se debe sólo a la unión con el único Salvador, Cristo. Así lo afirma Él mismo: "Quien permanece unido a mí produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada" (Jn, 15, 5).
Jesús y los discípulos, al llegar al lugar retirado, se encuentran con la multitud de la que escapaban. Entonces él echó mano del único recurso que le quedaba ante el fracaso de su plan de necesario descanso y oración, y atiende a aquella multitud de “ovejas sin pastor: “Se puso a enseñarles con calma”.
En situaciones semejantes, acojamos la experiencia a la que el Maestro nos invita: “Vengan a mí todos los que andan cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Encontrarse con Jesús y estar con él, es el descanso más productivo de paz y salvación. Es lo que siempre han hecho grandes mujeres y hombres sobrecargados de una actividad abrumadora. Dos ejemplos recientes: Santiago Alberione y Madre Teresa de Calcuta.
Es indispensable recurrir a esa experiencia pacificadora y renovadora de la contemplación del Maestro en nuestra misión de cristianos, la cual consiste en evangelizar a los demás con la vida, con las obras y con la palabra. “Para hablar de Dios a los hombres, hay que hablar y escuchar primero al Dios de los hombres”.
Mas puede haber circunstancias en la vida en que no se tenga tiempo ni para comer. Pero si habitualmente no tuviéramos tiempo para estar a solas con Cristo, correríamos el grave riesgo de perder el tiempo en actividades vacías de fuerza liberadora y salvífica.
Ante la escasez de tiempo material, disponemos siempre del tiempo “mental”, “imaginativo” y “del corazón”, que nadie nos puede arrebatar. Jesús nos advierte: “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6, 21), “Donde estoy yo, allí estará también mi discípulo”. El beato Santiago Alberione decía: “A más trabajo, más oración”. Así lo hacía él, y desarrollaba una ingente actividad misionera. Y bien podía decir con san Pablo: “He trabajado más que todos”.
Nadie puede privarnos de la posibilidad y la alegría de orientar, a diario y en todo momento, nuestra mente, nuestra imaginación, nuestro corazón y nuestra oración hacia el Resucitado presente, que nos asegura su promesa infalible de estar con nosotros todos los días de nuestra vida. Basta que nos decidamos a estar de veras con Él.
Jeremías, 23, 1-6.
¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal! -oráculo del Señor-. Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que apacientan a mi pueblo: Ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas. Yo, en cambio, voy a ocuparme de ustedes, para castigar sus malas acciones -oráculo del Señor-. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países adonde las había expulsado, y las haré volver a sus praderas, donde serán fecundas y se multiplicarán. Yo suscitaré para ellas pastores que las apacentarán; y ya no temerán ni se espantarán, y no se echará de menos a ninguna -oráculo del Señor-. Llegarán los días -oráculo del Señor- en que suscitaré para David un germen justo; Él reinará como rey y será prudente, practicará la justicia y el derecho en el país.
Este paso de Jeremías es de una dramática actualidad... Falsos pastores o líderes que en todos los tiempos y en todas las religiones extravían a sus hermanos con falsas doctrinas, o con una vida que contradice la verdadera doctrina, preocupados más del cargo y del prestigio que las ovejas.
También en nuestra Iglesia hay falsos pastores a causa de la incoherencia de su vida. Debemos reconocerlos para no imitarlos; para orar, ofrecer por ellos y darles ejemplo. Nuestra fe no se funda en los pastores, ya sean buenos o malos, sino en el Supremo Pastor resucitado, quien, en una eventual falta de buenos pastores, nos guiará personalmente hacia las verdes praderas de la gracia y de la vida eterna, si permanecemos fieles y unidos a él a pesar de todo.
Al Buen Pastor tenemos que mirar y seguir, para no dejarnos llevar por el mal ejemplo de los falsos pastores y ni ser merecedores del mismo terrible destino: “No los conozco; aléjense de mí, obradores de iniquidad”.
Efesios 2, 13-18
Hermanos: Ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz: Él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separa¬ba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamien¬tos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona. Y Él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu.
Jesús, con su palabra y con su cruz, derriba los muros del nacionalismo religioso judío, que luego los apóstoles abatirán dispersándose por todo el mundo para llevar el mensaje de la paz y la fraternidad universal promovido por el Maestro, Príncipe de la Paz, nuestra paz, nuestra alegría y salvación.
La paz tiene dos direcciones: una vertical, paz con Dios; y otra horizontal, paz con los hombres, hermanos de Cristo e hijos del mismo Padre. Sólo si tenemos paz con Dios, la tendremos con los hijos de Dios, y con nosotros mismos. Somos familia de Dios, en la que todos somos todos iguales y amados como hijos.
Dios ama a todos los hombres y quiere su salvación. Es un deber y un gozo compartir ese amor y esa voluntad salvífica de Dios, abriendo el corazón y la oración – sobre todo la Eucaristía – a todos los hombres hermanos nuestros.
¿Oramos y ofrecemos por aquellos hermanos nuestros que los medios de comunicación social nos presentan cada día sufriendo hambre, injusticia, violencia, violaciones, engaños, desgracias, guerra, muerte..., en todo el mundo? Y de manera especial en la Eucaristía, que así dejaría de sernos aburrida, al presentar al Padre a tantos hermanos sufrientes para que los haga partícipes y destinatarios de la redención de Cristo.
P. Jesús Álvarez, ssp
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