Primavera del Espíritu
El 19 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el papa Benedicto XVI inauguraba el Año sacerdotal, con motivo de celebrar el 150 aniversario del fallecimiento del patrono y modelo de los párrocos, san Juan María Vianney, Cura de Ars, un pueblecito rural de Francia.
Es la mejor respuesta que el Papa y toda la Iglesia –laicado y jerarquía- pueden dar a los escándalos -minuciosamente globalizados por los medios-, de sacerdotes que no han sabido estar a la altura de su sagrado y sublime ministerio. En este Año sacerdotal se hará un esfuerzo en toda la Iglesia para destacar, valorar, profundizar, conocer mejor la figura y la misión del sacerdote, mucho más allá y por encima de la aireada cuestión del celibato.
Objetivo
Uno de los objetivos esenciales de este Año será la formación integral, actualizada, profunda y realista de los seminaristas, y la formación permanente de los sacerdotes, centrada en la persona de Cristo resucitado presente, sumo y eterno Sacerdote, cuya vida asimila y cuya misión asume el sacerdote humano. Así lo vivió san Pablo y lo expresó con palabras que manifiestan su feliz experiencia: “Para mí la vida es Cristo… No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).
Sin esta experiencia real de Cristo, el fracaso sacerdotal no tiene nada de extraño. El cura de Ars decía: “Es digno de compasión el sacerdote que celebra la misa de forma rutinaria! ¡Qué desgraciado un sacerdote sin vida interior!” La vida interior equivale a la vida de unión con Cristo, la vida en Cristo.
Benedicto XVI, en la audiencia general del 24 de junio decía: “Este Año sacerdotal tiene como finalidad favorecer la tensión de todo presbítero hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el pueblo de Dios, a redescubrir y fortalecer más la conciencia del extraordinario e indispensable don de gracia que el ministerio ordenado representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido”.
Naturalmente esa “tensión hacia la perfección”, -que no es otra cosa que la vida en unión con Cristo, Camino, Verdad y Vida – tiene que experimentarse ya y afianzarse en el seminarista durante su formación, hasta identificarse con Cristo muerto y resucitado. “Hasta que Cristo se forme en ustedes” (Gál 3, 19). Cristificarse y cristificar: he ahí la meta de toda la formación y del ministerio sacerdotal.
Qué es el sacerdocio
El Papa, en su discurso de inauguración del Año sacerdotal, recuerda la descripción del sacerdocio en palabras del Cura de Ars: “El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Y añade el pontífice: “Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presentes a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida”.
Y refiriéndose a las situaciones de escándalo e infidelidad de algunos ministros, por los que la Iglesia es la primera en sufrir, precisa certeramente que “lo más conveniente no es resaltar minuciosamente las debilidades de sus ministros, sino renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de pastores generosos, de religiosos llenos de amor a Dios y a los hombres, directores espirituales y clarividentes”.
El Cura de Ars, humilde campesino entre humildes campesinos, se reconoce como un inmenso don para su gente: “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Cristo, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. Y continúa con sus conmovedoras pero vividas expresiones: “¡Oh, cuán grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia”.
En la audiencia del 24 de junio, el Papa menciona lo que escribió años atrás como teólogo, sobre dos concepciones distintas y complementarias del sacerdocio: “Por una parte, una concepción social-funcional, que define la esencia del sacerdocio con el concepto de “servicio”: el servicio a la comunidad en la relación de una función… Por otra parte, la concepción sacramental-ontológica, que ve anclado el servicio del sacerdocio en el ser del ministro, que está determinado por el don de Dios a la Iglesia, don que se llama sacramento. A la concepción sacramental-ontológica está vinculado el primado de la Eucaristía, en el binomio sacerdocio-sacrificio, mientras que la concepción social-funcional correspondería al primado de la Palabra y del servicio del anuncio”.
Precisa el Papa, refiriéndose al primado del anuncio, que “Jesús habla del anuncio del reino de Dios como la verdadera finalidad de su venida al mundo, y su anuncio no es sólo un discurso, sino que incluye su forma de actuar… La predicación cristiana no proclama palabras, si no la Palabra, y el anuncio coincide con la persona misma de Cristo… El presbítero no puede considerarse dueño de la Palabra, sino su servidor. Él no es la Palabra, sino voz de la Palabra”.
“Sólo la participación en el sacrificio de Cristo, en su kénosis (humillación de la cruz), hace auténtico el anuncio… Como alter Christus (otro Cristo), el sacerdote está profundamente unido al Verbo del Padre, que al encarnarse tomó la forma de siervo, se convirtió en siervo. El sacerdote es servidor de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada antológicamente con Cristo, asume un carácter esencialmente relacional: está al servicio de los hombres en Cristo, por Cristo y con Cristo. Es ministro de la salvación de los hombres, de su felicidad, de su auténtica liberación… Es el signo y presencia de la misericordia infinita de Dios”.
Los laicos y el sacerdocio
Sin duda que en el Año sacerdotal se catequizará a los laicos sobre el sacerdocio bautismal, que podría considerarse como el sacerdocio en el que se fundamenta el sacerdocio ministerial, ya que éste no puede darse sin aquél. Por el sacerdocio bautismal los laicos son miembros de la Iglesia, que es pueblo sacerdotal.
Se podria decir quel sacerdocio ministerial refleja sobre todo el sacerdocio de Jesús, mientras que el sacerdocio bautismal refleja el sacerdocio de María. Ambos sacerdocios tienen la misma finalidad: acoger a Cristo para darlo a los hombres. Ni el uno ni el otro suponen privilegio humano, sin don divino para la humanidad. Y lejos de contraponerse o anularse mutuamente, se complementan y acrecientan.
El sacerdocio bautismal adquiere su máxima expresión en la Eucaristía, junto con el sacerdocio ministerial. San Pablo da razón del sacerdocio bautismal: “Los exhorto encarecidamente a ofrecer sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: éste es el culto que deben ofrecer” (Rom 12, 1). Y la Constitución Lumen Gentium del Vaticano II, refiriéndose a los fieles laicos que participan en la celebración de la Eucaristía, afirma que, “al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos junto con ella” (L.G. 11). Es la plenitud del sacerdocio bautismal.
En el Discurso Inaugural de Aparecida, el Papa dijo: “Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor”. Y en otra parte se afirma algo así -cito de memoria-: que solamente los pastores eucarísticos, los laicos eucarísticos, las familias eucarísticalas parroquias eucarísticas, las diócesis eucarísticas, los grupos eucarísticos, podrán transformar el mundo.
En la familia – santuario doméstico y primer seminario- se da el que podría llamarse sacerdocio doméstico, sacerdocio específico de los padres en cuanto primeros evangelizadores, catequistas, mediadores entre Dios y los hijos, a quienes engendran, no sólo para este mundo, sino sobre todo para la vida eterna, como partícipes de la obra de la creación y del sacerdocio ministerial.
Si las familias y los jóvenes llegan a vivir de verdad su sacerdocio bautismal, sin duda surgirán más vocaciones para el sacerdocio miniserial ypara la vida consagrada. El Papa invita a los sacerdotes a que, en este año dedicado a ellos, “perciban la nueva primavera que el Espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los Movimientos eclesiales y las nuevas Comunidades han contribuido positivamente”. ¡Ojalá todos los sacerdotes y fieles secundemos esa “primavera del Espíritu”!
Jesús Álvarez, ssp
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De www.san-pablo.com.ar
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