
El beato Alberione, en distintas ocasiones, expresó estos pensamientos: “Los Institutos (paulinos) son florecientes en la medida que se mantienen fieles a la vida interior y a su apostolado específico”, “Vivir en Cristo, Camino, Verdad y Vida, y comunicarlo a los hombres”; “Una congregación vive y se propaga, no por sus iniciativas, sino por la espiritualidad que fecunda su actividad”. “La devoción a Cristo Maestro, Camino, Verdad y Vida… no es una frase bonita ni tampoco un simple consejo, sino que es la esencia de la Congregación; es ser o no ser paulinos. No caben digresiones”.
El Fundador de la Familia Paulina habla siempre de la vida interior y de las obras como dos realidades inseparables. La vida interior sin obras, está muerta; y las obras sin vida interior son estériles. Lo cual vale para el simple cristiano, como para el consagrado y el sacerdote.
Cuando se presenta a la Familia Paulina o sus diversas ramas, se insiste, por lo general, sobre las obras, la misión; pero no siempre se habla de la esencia: la vida que anima y fecunda las obras y las hace apostolado, las hace “salvíficas”, las hace misión que produce salvación.
Cuando se dice que “debemos ser san Pablo vivo hoy”, lo más frecuente es pensar ante todo en que debemos hacer las obras que él hizo, no tomando en cuenta la vida que él vivió: “Mi vivir es Cristo”, que es motor y vida de sus obras. Solamente la vida en Cristo puede hacer que nuestras obras sean apostolado; o sea: misión salvífica. El lo dijo sin rodeos: “Sin mí, no pueden hacer nada”.
La vida de Pablo no consistió sólo en evangelizar, sino ante todo en amar a Cristo y a los hombres, cuyo amor es el móvil de la evangelización. Él declara de forma lapidaria: “Ya puedo tener una fe que mueva las montañas, entregar todos mis bienes a los pobres, dejarme quemar vivo…, que si no lo hago por amor, de nada me sirve”.
La vida de Pablo fue sobre todo permanente comunicación personal de amor con Cristo, y de esa comunicación brotó la comunicación personal y mediática con los evangelizandos. Vivió en Cristo y por eso pudo comunicarlo eficazmente a los hombres.
Sin unión afectiva y efectiva con Jesús presente no hay misión salvífica, no hay apostolado, sino sólo actividad profana, pues la fuerza salvadora de las obras viene sólo de él; nosotros somos solamente instrumentos, cauces de su acción salvadora.
Cristo se ha expresado de manera muy clara y dura sobre el peligro de convertir la misión o evangelización en una tarea simplemente material por falta de unión viva con él: “Toda rama mía que no produce fruto, el Padre la corta… Quien no permanece en mí, es como las ramas muertas, que se cortan, se secan y se echan al fuego y arden” (Jn 15...).
Y al presentarse como Buen Pastor y puerta de las ovejas, declara: “Quien no entra por la puerta, sino por otra parte (con otros intereses), es ladrón y salteador”. (Jn 10).
Pero lo que más estremece es la parábola -diría espeluznante- de los que, al final de sus días, se presentan al Señor con la lista de sus obras buenas: “Hemos comido y bebido contigo; hemos predicado en las plazas, hemos expulsado demonios…”, y el Señor les responde: “No los conozco. Aléjense de mí, obradores de iniquidad”. Llama “iniquidad” a las obras buenas realizadas sin unión con él, por vanagloria, por egoísmo, por intereses personales… ¡Cuán fácil es deslizarse hacia esta fatal desviación!
Sin embargo, es consolador cuanto dice: “Mi Padre es glorificado si ustedes producen fruto, lo cual garantiza que ustedes son mis verdaderos discípulos”. El exige sólo una condición para producir fruto seguro: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Esta promesa infalible es nuestra esperanza, nuestro optimismo, nuestra alegría y nuestra seguridad en el éxito eterno de nuestra vida y de nuestras obras.
Jesús pone a nuestro alcance la misma posibilidad que tuvo Pablo de “vivir en Cristo”, de vivir unidos a él para producir fruto abundante: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta al fin del mundo”; “Quien come mi carne y bebe mis sangre, vive en mí y yo en él”; “Como yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí”; “A quien me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él para hacer morada en él”; “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y cenaré con él”. “Al que venga a mí, no lo rechazaré”.
Esta posibilidad de unión con Cristo no es privilegio sólo de los sacerdotes y consagrados, sino realidad al alcance de todo cristiano (palabra que justo significa “persona unida a Cristo”). Grande y gozosa responsabilidad nuestra ante tan inefable dignación de Jesús resucitado.
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ............P. Jesús Álvarez, ssp
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