Castidad, fecundidad del amor puro




El encanto de la vida consagrada – 3


Me complace abordar esta reflexión con una bella y siempre actual página del P. Renato Perino (q.e.g.e.), que fue Superior general de la Sociedad de San Pablo y mi Maestro de teología en Roma.

La verdadera grandeza del amor
“Una visión renovada de la castidad nos lleva a centrar todo sobre el amor. De hecho, el motivo profundo de nuestra respuesta absoluta al amor de Dios es el amor preferencial a Cristo: el deseo de vivir su vida y su misión. El celibato y la virginidad son una apertura total de nuestro ser a la potencia prodigiosa del Espíritu, y esto con un compromiso preciso: ser signo, casi sacramento, que manifiesta al mundo la verdadera grandeza del amor.

“Por tanto, el voto de castidad no es una mutilación de nuestro ser; no es una negación del amor; no es caer en el pozo de las inhibiciones y frustraciones. Todo lo contrario: es una prodigiosa transfiguración, o – para usar un vocablo freudiano – “sublimación” de la corporeidad, de la afectividad, de la sexualidad, de la paternidad y de la maternidad.

“La castidad introduce a la persona consagrada en una parentela más amplia de personas, a favor de las cuales ejerce una paternidad-maternidad que no conoce los límites de la carne y de la sangre.

“Ya sabemos que la castidad consagrada es un misterio de amor en Cristo. Su profundo significado, en definitiva, consiste en esto: que sólo desde el momento en que Dios en Cristo ha querido venir como hombre a nuestro encuentro y entregarse a sí mismo por nosotros – porque este dar la vida es la expresión máxima del amor y del misterio en el cual se compendia el significado de la Navidad y de la Pascua – sólo entonces, ante la revelación y la propuesta de un amor absoluto, se nos ha hecho posible a nosotros dar esta respuesta: de un voto de castidad por amor.

Castidad y oración
“De aquí deriva una exigencia evidente: sin un verdadero y amplio espacio para la oración, para la contemplación, nosotros no podemos ser castos. El mismo apostolado resultaría agotador. Por eso “el verdadero apostolado debe nacer de la oración y debe ser realizado de tal modo que el mismo apostolado proporcione sostén espiritual", (dice citando al Bto. Santiago Alberione).

“La opción por la oración es tan exigente como la de la castidad por amor al Reino. La oración requiere la conversión del corazón y la aspiración continua a “mirar alto”, hasta la más estrecha unión con Cristo”. Lo confirma hoy una experiencia cada vez más difundida: que sin vida de oración no se da vida auténticamente consagrada, y tampoco vida apostólica ni perseverancia gozosa.

Hemos de ser conscientes de nuestra condición de personas completamente sexuadas, también en la mentalidad, y a la vez tomar conciencia de nuestro fragilísimo equilibrio interior: de ahí la necesidad de asumir la dura gimnasia de los “no” a un gran número de condicionamientos, a una infinidad de lisonjas que nos llegan del mundo circunstante: espectáculos, lecturas, etc.”

La fidelidad a la castidad no es una fidelidad a una norma, sino a una Persona. Una fidelidad absoluta al Absoluto”. (P. Renato Perino: Se necesitan Santos Comunicadores).

¡Felices los limpios de corazón!
El premio a la castidad lo anuncia Jesús en una de las 8 bienaventuranzas: Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. El corazón limpio hace limpios los ojos, la mente, el afecto, las relaciones, los sentimientos.

Gracias a esa limpieza, la persona percibe a Dios con más facilidad, lo “ve” en su vida y en la ajena, en el sufrimiento y en el gozo, en la creación, en la Eucaristía, en la Biblia, en el prójimo necesitado. Así se abre camino la oración permanente.

Pero el premio definitivo de la bienaventuranza es la visión beatífica de Dios en el paraíso eterno, al que san Pablo se refería cuando quiso expresar su experiencia de haber estado en el “tercer cielo”: “Ni ojo vio, ni oído oyó ni mente humana puede sospechar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”.

Después de esa experiencia confesaba: “Todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y estar unido a él”. Y ya no le importaba la vida terrena: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.


Un tesoro en frágiles vasijas
No por haber hecho el voto de castidad o por ser ordenados sacerdotes quedamos libres de la lucha permanente de “la carne contra el espíritu y del espíritu contra la carne”. Si se bajan las armas, el instinto impone su ley, tal vez sin darnos cuenta. Por eso es necesario cumplir la recomendación de Jesús: “Vigilen y oren para no caer en la tentación”, y hacer frecuente y confiada la petición del Padrenuestro: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. Las tentaciones en este campo se han multiplicado y refinado de manera espantosa.

Es necesario frecuentar la Eucaristía, la comunión, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la confesión, el examen diario para ver dónde tienen su tesoro el corazón, y tratar de vivir en conversión continua, a fin de hacer prevalecer el espíritu sobre la carne. También en este campo es válida la consigna: “Evitaré todo lo que no pueda hacer en nombre de Jesús”. La unión real con Cristo es la garantía de la victoria: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.

Sin embargo, la oración será sincera y eficaz solamente si se recurre a los medios pertinentes: práctica de la libertad frente el sexo: huida de las ocasiones (“huir para no ser vencidos”, decía san Jerónimo), control permanente de los ojos, de la imaginación, de los sentimientos, pensamientos, gestos, conversaciones, afectos, lenguaje, amistades, diversiones, relaciones; selección de espectáculos, televisión, internet…; evitar el ocio, la exageración en comer y beber. Acostumbrarse a renuncias en otros ámbitos como entrenamiento para la lucha por la castidad.

Sólo desde el amor a Dios y el amor salvífico al prójimo se puede ser castos: libres frente al egoísmo posesivo del amor sensual, que puede derivar en locura. “Es locura el mal de amor, y es locura que se cura con una locura mayor”.

La castidad no es sólo renuncia, sino conquista liberadora y gozo de vivir en otro nivel, con muchas más y mayores posibilidades de felicidad temporal y eterna.
P. J.

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