SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS




Vivió sólo 24 años (1873-1897), de los cuales pasó nueve en el convento del Carmelo de Lisieux (Francia).
La llamamos santa “Teresita”, en gracia de su infancia espiritual, su sencillez, humildad, obediencia, su permanente sonrisa infantil, su vida del todo normal, a simple vista.
Al iniciar su proceso de beatificación, una monja del Carmelo acotó: “No entiendo por qué se habla de beatificarla, pues no ha hecho más que cosas muy ordinarias”.
Sintió la llamada de Dios a los 12 años, y a los 14, en la Navidad del 1886, recibió el don de la fortaleza y fidelidad a Dios.
El mismo año, al no poder entrar en el Carmelo por ser menor de 18 años, viajó con una peregrinación a pie hasta Roma, y en la audiencia papal, en 1887 se adelantó decidida hacia el papa León XIII y le pidió dispensa de edad para ser admitida en el Carmelo, y a los cuatro meses, con 15 años, entraba en el de Lisieux, donde la habían precedido dos hermanas suyas.
Pero en el convento no encontró la santidad que esperaba; sin embargo, en lugar de lamentarse, inició con su vida la reforma del convento, que continuó sobre todo como maestra de novicias.
Al no poder ir a misiones como deseaba, descubrió el sentido de su vocación en la Iglesia: “Mi vocación es el amor”. Sonreía a la vida; y en las recreaciones, a pesar de las penitencias y sufrimientos, tantas veces injustos, reía y hacía reír hasta desternillarse de risa.
A cambio de malos tratos, difamaciones, ofensas, devolvía perdón y alegría. Era una mística a la altura de los grandes, como lo demuestra en su obra “La historia de un alma”. Pío XI dijo de ella: “Su espiritualidad es masculina y viril... Teresa del Niño Jesús es un gran hombre”.
Su vida no fue tan ordinaria, sino extraordinaria, incluso en lo ordinario, hasta el fin de su vida terrena, alcanzando la gloria eterna a causa de la tuberculosis, en 1897.