21 de noviembre
De esta fiesta entrañable sólo hay referencias en libros apócrifos, y de modo especial en el Protoevangelio de Santiago. Según estos relatos, María nace en Jerusalén, en una vivienda cercana al Templo. Es hija unigénita, concedida milagrosamente por Dios a sus ancianos y santos padres Joaquín y Ana, que no habían podido tener hijos.
Agradecidos a Dios por habérsela dado, prometen consagrársela. Y cuando cumple los tres años, la llevan al templo al Templo para que, como otros niños judíos anteriores: Daniel, Joás, Ana..., sea educada en la fe, en la meditación de las Escrituras y en la oración. En el Templo María, sin saberlo, prepara toda su persona para acoger al Hijo de Dios y darlo al mundo para la redención de la humanidad.
En el 453 se dedica a la Presentación de María la iglesia de Santa María la Nueva, edificada al lado del Templo de Jerusalén. La fiesta es acogida con gozo también por la Iglesia ortodoxa. El emperador bizantino Manuel I (1143-1180) la hace obligatoria en todo su imperio. Así esta fiesta se convierte en una celebración ecuménica perenne, bajo el manto de María. El Vaticano II (1962-1965) la considera como fiesta de la virginidad de María consagrada a Dios.
Señor, tú que hiciste a la Inmaculada Virgen María “la llena de gracia”, concédenos también a nosotros ser partícipes de la plenitud de tu gracia y de tu amor.
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