CRISTO, REY Y TESTIGO DE LA VERDAD




Fiesta de Cristo Rey del universo

Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?" Pilato respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús contestó: "Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá". Pilato le preguntó: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz". Jn 18, 33-37

Para Jesús su reinado consiste en ser testigo de la verdad y del amor; en dar a conocer el amor de Dios hacia los hombres y reunirlos en el reino eterno de Dios, reino que empieza en el tiempo. Esa es la verdad regia que testimonia Cristo Rey y que deben testimoniar sus verdaderos súbditos y discípulos: los cristianos, hombres y mujeres realmente unidos a Cristo resucitado presente.

Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor y “fin de la historia..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45).

Cristo es el Rey de todo lo creado visible e invisible. Rey de amor, de sufrimiento y de gloria. Rey de la vida y la verdad, de la justicia y la paz, del amor y la libertad, de la dignidad humana y la fraternidad universal... Rey crucificado y resucitado, presente y actuante en la historia de la humanidad y de cada persona humana, confiriéndoles valor y proyección de eternidad.

Los reyes de este mundo se apoyan en ejércitos, armas, dinero, poder, mentira, la injusticia, corrupción, esclavitud, violencia, odio. Y a menudo edifican el bienestar propio y el de su población rica sobre la explotación y muerte de la población pobre y de pueblos pobres.

Los poderosos prepotentes (políticos o religiosos) pertenecen al reino de este mundo injusto, no al reino de la verdad y del amor. Ellos no comprenden el poder absoluto de Cristo fundado en el amor, en la cruz y en la resurrección.

Cristo, Rey crucificado, ridiculiza la lucha por el poder y las riquezas. El “I.N.R.I.” (Jesús nazareno, Rey de los judíos) sobre la cabeza de Jesús es la mejor vacuna contra la ambición de poder y riqueza; ambición que puede contaminar, lamentablemente, también a la Iglesia: laicado, clero, jerarquía.

El reino de Jesús no es monopolio de los católicos ni de los cristianos de otras confesiones. En él tienen cabida quienes buscan y promueven lealmente la verdad, la justicia, la paz, la misericordia, que son valores del reino de Cristo.

Este reino crece incontenible en medio de grandes oposiciones, pero no puede ser obstruido por los poderes de este mundo, aunque se disfracen de religiosos. Solamente los humildes, mansos y sufridos pueden sostenerlo, hacerlo triunfar en unión con su Rey “manso y humilde de corazón”.

Para seguir de verdad a Cristo Rey necesitamos una apertura acogedora al hombre y a los valores del reino, indispensables para una vida digna en la tierra que nos garantice la vida eterna en el paraíso. El reino de Dios -que es la verdad primera y última del hombre-, se juega en el corazón de cada ser humano.


Dan 7,13-14. - Mientras seguía contemplando esas visiones nocturnas, vi a alguien como un hijo de hombre que venía sobre las nubes del cielo; se dirigió hacia el anciano y lo llevaron a su presencia. Se le dio el poder, la gloria y la realeza, y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es el poder eterno que nunca pasará; su reino no será destruido.

Dios está sobre todos los poderes del mal que pretenden adueñarse del mundo, y entrega todo lo creado a su Hijo, verdadero Dueño y Rey del universo, “por quien y para quien todo fue hecho”.

El Mesías es de origen divino, y su figura humana revela el poder salvador de Dios en favor de la humanidad y de la creación, que están sufriendo “dolores de parto”, en el trance de alumbrar un mundo nuevo con la omnipotencia amorosa del Rey Salvador, cuyo reino no tendrá fin.

Todos estamos llamados a gestar el reino de Cristo. La única condición consiste en acoger la llamada a trabajar con el Rey Resucitado para implantar su reino en la tierra: en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo: “El reino de Dios está entre ustedes”.

Es indispensable promover responsablemente el reino de Cristo en la tierra, revistiéndonos de buenas obras para “el día en que seamos desnudados de nuestro cuerpo mortal para ser revestidos de un cuerpo glorioso e inmortal” y compartir con Cristo su reino eterno.


Ap 1,5-8. - Cristo Jesús es el testigo fiel, el primer nacido de entre los muertos, el rey de los reyes de la tierra. Él nos ama y por su sangre nos ha purificado de nuestros pecados, haciendo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Miren, viene entre nubes; lo verán todos, incluso los que lo hirieron, y llorarán por su muerte todas las naciones de la tierra. Sí, así será. “Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Jesús, el enviado del Padre, de quien es fiel testigo hasta la muerte de cruz, por la resurrección es constituido Rey de todo lo creado.

Pero Jesús es ante todo el Rey cuyo poder máximo es el amor, que él mismo testimonia con su muerte: “Nadie tiene un amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”. Y él la dio por nosotros, por mí, por ti, por todos. Y la dio con generosidad invencible, sin que se lo hayamos pedido.

Su muerte en la cruz fue el acto culminante de su Sacerdocio supremo, mediante el cual “hizo de nosotros un reino sacerdotal para Dios, su Padre”. Así nos estimula a imitar lo que él hizo: dar la vida por los que amamos; lo cual constituye el acto máximo de nuestro sacerdocio bautismal, la plenitud y el éxito total de nuestra vida humana y cristiana; y la recuperaremos por haberla dado.

Dar la vida por los que amamos –para eso la hemos recibido: para engendrar en Cristo otras vidas a la eternidad -, nos merecerá poder salir al encuentro de Cristo Rey con la frente alta, cuando venga entre las nubes en su gloria, admirado incluso por sus crueles asesinos.

Preparémonos cada día con ilusión, esperanza y decisión inquebrantable a ese acontecimiento supremo que nadie podrá eludir. Allí estaremos. Y depende de nosotros cómo estaremos: a la derecha o a la izquierda del Rey eterno.

Oh Cristo, Rey de amor, de justicia y paz, admíteme a colaborar contigo en tu reino temporal para gozar en tu reino eterno.

P. Jesús Álvarez, ssp
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