Santos Andrés Dung-Lac y compañeros mártires.
El Evangelio se proclamó por vez primera en el siglo XVI en Tonchino, Annam y Cochinchina (hoy Vietnam). Y la semilla del Evangelio fue allí abundantemente fecundada por la sangre de los mártires. Entre 1625 y 1886, los emperadores y mandarines usaron toda clase de torturas y perfidias para desarraigar la reciente implantación de la Iglesia. A lo largo de tres siglos fueron martirizados cerca de 130.000 cristianos de varias naciones, y entre ellos ocho obispos.
Entre estos mártires destaca Andrés Dung-Lac, vietnamita nacido en 1795. Sus padres paganos, muy pobres, se lo entregaron de niño a un catequista cristiano. Educado en la fe y bautizado, sobresalió como catequista. Cursó los estudios teológicos, y fue ordenado sacerdote en 1823. Detenido y liberado varias veces, por fin fue encarcelado definitivamente el 16 de noviembre de 1839, y decapitado el 21 diciembre del mismo año en la cárcel de Hanoi.
El papa Juan Pablo II canonizó a 117 de esos mártires el 19 de junio de 1988.
Uno de los mártires, san Pablo Le-Bao-Tinh, escribía desde la prisión: “Esta cárcel es una verdadera imagen del infierno eterno: a los crueles suplicios de toda clase, como pueden imaginar, se añaden las cadenas de hierro y las esposas, el odio, las venganzas, las calumnias, las palabras obscenas, las querella, las acciones malas, los juramentos injustos, las maldiciones y también las angustias y las tristezas. Pero Dios, que antiguamente liberó a los tres niños del horno del fuego, está siempre conmigo y me ha librado de estas tribulaciones y las convirtió en dulzura, porque es eterna su misericordia.
En medio de estos tormentos, por gracia de Dios, estoy rebosante de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino con Cristo. El mismo Maestro nuestro sostiene todo el peso de la cruz, dejándome a mí sólo una mínima y última parte. Él no es un simple espectador de la lucha, sino que él mismo es el luchador, el vencedor y el cumplidor de toda pelea. Por eso lleva sobre su cabeza la corona de la victoria; y de su gloria participamos también sus miembros.
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