Frente al vaciamiento que suele hacerse de la Navidad, hasta su profanación, rescatamos unos párrafos de la Constitución Lumen gentium, del Vaticano II, que nos revelan el misterio salvífico de la Navidad, y presentan a la Virgen María como modelo de toda evangelización, que consiste en acoger a Cristo para darlo como Salvador a los hombres.
Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericor-dioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer… para que recibiéramos la adopción de hijos (Gál. 4, 45). “El cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María”.
Este misterio divino de la salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia, que fue fundada por el Señor como cuerpo suyo, y en la que los fieles, unidos a Cristo Cabeza y en comunión con todos sus santos, deben venerar también la memoria “en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo”. (Lumen gentium n. 52).
Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo, y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios Hijo Redentor, redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo.
Con el don de una gracia tan extraordinaria, (María) aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas. Pero a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación; y no sólo eso, “sino que es verdadera madre de los miembros (de Cristo)…, por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza” (San Agustín).
Por ese motivo, (la Virgen María) es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia, y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera como a madre amantísima, con afecto de piedad filial. (n. 53).
El Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida… Lo cual se cumple, en modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas, y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de una misión tan grande.
Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento del pecado alguno, la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como servidora del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios omnipotente. (n. 56).
Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación, se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para asistir a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (Lc 1, 41-45); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal. (n. 57).
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