Domingo 3º del tiempo ordinario – C /24-01-2010
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Lc 1, 1-4; 4, 14-21
El evangelista san Lucas no había visto a Jesús en su vida terrena. Por eso se ha dedicado a investigar de persona acudiendo a quienes “han sido testigos oculares y servidores de la Palabra”: los apóstoles, discípulos, y la misma Madre de Jesús.
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San Lucas es literato, historiador y teólogo, y su Evangelio está escrito en un estilo correcto, y elegante, con gran fuerza comunicativa, que trata de conectar con la vida concreta de cada lector.
El Evangelio no es un libro que sólo trate de contar y explicar lo que pasó en tiempos de Jesús, sino que ilumina, aprueba o denuncia lo que está pasando hoy, aquí y ahora referido a mi persona y a los otros.
El Evangelio no es una lección de moral, de exégesis, de historia o de catequesis, sino que proclama cómo se realiza el designio salvador del Padre en el cristiano y en el pueblo, que han de vivir el momento presente como ocasión privilegiada de la venida del resucitado: “Estoy con ustedes todos los días”. “Hoy se cumple esta palabra que han oído”.
Por tanto, no se puede abordar la Palabra de Dios como una simple narración de lo que hizo y dijo Jesús, sino como un encuentro personal con el mismo Cristo resucitado, que nos habla a través de su Palabra, que toca nuestra vida personal y comunitaria, que él quiere vivificar con su presencia y con su Palabra, y continuar con nosotros su obra liberadora y redentora, en nuestros ambientes y en el mundo entero.
La predicación o la catequesis no pueden referirse sólo a lo que pasó, o a transmitir la doctrina cristiana, sino interpretar lo que está pasando hoy en mi vida, en la vida de la Iglesia, de la comunidad y de la sociedad, a la luz de la Palabra y de la vida de Jesús, en perspectiva de liberación, redención y glorificación eterna.
Jesús nos sugiere la actitud y la vivencia que nos integran en su misión: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.
La Palabra de Dios está al mismo nivel de la Eucaristía: ambas son presencia viva de Cristo resucitado, que en la Escritura nos habla y en la Eucaristía nos alimenta.
¿Cuánto nos falta para vivir a fondo estas divinas realidades?
Neh 8, 2-4. 5-6. 8-10. - El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Abrió el libro a la vista de todo el pueblo –porque estaba más alto que todos– y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén! ¡Amén!”. Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura. Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren”. Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
San Lucas es literato, historiador y teólogo, y su Evangelio está escrito en un estilo correcto, y elegante, con gran fuerza comunicativa, que trata de conectar con la vida concreta de cada lector.
El Evangelio no es un libro que sólo trate de contar y explicar lo que pasó en tiempos de Jesús, sino que ilumina, aprueba o denuncia lo que está pasando hoy, aquí y ahora referido a mi persona y a los otros.
El Evangelio no es una lección de moral, de exégesis, de historia o de catequesis, sino que proclama cómo se realiza el designio salvador del Padre en el cristiano y en el pueblo, que han de vivir el momento presente como ocasión privilegiada de la venida del resucitado: “Estoy con ustedes todos los días”. “Hoy se cumple esta palabra que han oído”.
Por tanto, no se puede abordar la Palabra de Dios como una simple narración de lo que hizo y dijo Jesús, sino como un encuentro personal con el mismo Cristo resucitado, que nos habla a través de su Palabra, que toca nuestra vida personal y comunitaria, que él quiere vivificar con su presencia y con su Palabra, y continuar con nosotros su obra liberadora y redentora, en nuestros ambientes y en el mundo entero.
La predicación o la catequesis no pueden referirse sólo a lo que pasó, o a transmitir la doctrina cristiana, sino interpretar lo que está pasando hoy en mi vida, en la vida de la Iglesia, de la comunidad y de la sociedad, a la luz de la Palabra y de la vida de Jesús, en perspectiva de liberación, redención y glorificación eterna.
Jesús nos sugiere la actitud y la vivencia que nos integran en su misión: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.
La Palabra de Dios está al mismo nivel de la Eucaristía: ambas son presencia viva de Cristo resucitado, que en la Escritura nos habla y en la Eucaristía nos alimenta.
¿Cuánto nos falta para vivir a fondo estas divinas realidades?
Neh 8, 2-4. 5-6. 8-10. - El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Abrió el libro a la vista de todo el pueblo –porque estaba más alto que todos– y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén! ¡Amén!”. Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura. Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren”. Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
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Es de admirar cómo el pueblo hebreo reverencia el Libro de la Ley, o de las Escrituras, y cómo percibe la presencia de Dios que les habla en ese Libro: “Todo el pueblo se puso de pie… Luego se inclinaron y se postraron ante el Señor con el rostro en tierra”.
Era tanta la impresión al oír la Palabra de Dios, que todo el pueblo lloraba al escucharla, tal vez arrepentido por no haber cumplido esa Palabra. Pero Esdras les dijo: “este es un día consagrado al Señor: no estén tristes ni lloren”. Tal vez anticipando lo que luego dijo Jesús: “Ustedes están limpios por la Palabra que les he dicho”.
Gran lección para nosotros, que tal vez vemos en la Biblia un libro más, y lo usamos sin percibir la presencia viva de Quien nos habla a través de él.
1Cor 12, 12-14. 27. - Hermanos: Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.
San Pablo nos hace notar una realidad que quizás valoramos poco: “Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembro de ese Cuerpo”, pues en el Bautismo el Espíritu Santo nos ha injertado en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
Este gran privilegio nos iguala a todos en la dignidad de hijos de Dios y en la dignidad del Pueblo sacerdotal de Dios, la Iglesia.
Es de admirar cómo el pueblo hebreo reverencia el Libro de la Ley, o de las Escrituras, y cómo percibe la presencia de Dios que les habla en ese Libro: “Todo el pueblo se puso de pie… Luego se inclinaron y se postraron ante el Señor con el rostro en tierra”.
Era tanta la impresión al oír la Palabra de Dios, que todo el pueblo lloraba al escucharla, tal vez arrepentido por no haber cumplido esa Palabra. Pero Esdras les dijo: “este es un día consagrado al Señor: no estén tristes ni lloren”. Tal vez anticipando lo que luego dijo Jesús: “Ustedes están limpios por la Palabra que les he dicho”.
Gran lección para nosotros, que tal vez vemos en la Biblia un libro más, y lo usamos sin percibir la presencia viva de Quien nos habla a través de él.
1Cor 12, 12-14. 27. - Hermanos: Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.
San Pablo nos hace notar una realidad que quizás valoramos poco: “Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembro de ese Cuerpo”, pues en el Bautismo el Espíritu Santo nos ha injertado en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
Este gran privilegio nos iguala a todos en la dignidad de hijos de Dios y en la dignidad del Pueblo sacerdotal de Dios, la Iglesia.
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Que el mismo Espíritu ilumine nuestra mente para valorar, agradecer y vivir esta realidad misteriosa que nos toca directamente a todos y cada cual en particular.
P. Jesús Álvarez, ssp
Que el mismo Espíritu ilumine nuestra mente para valorar, agradecer y vivir esta realidad misteriosa que nos toca directamente a todos y cada cual en particular.
P. Jesús Álvarez, ssp
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