¡ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA!



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La Anunciación del Señor

Nazaret era una desconocido aldea de guerrilleros. María era una insignificante adolescente de ese pueblo. Y sin embargo, ella fue la elegida por Dios para recibir la más extraordinaria noticia de la historia: el plan salvador de Dios a favor de la humanidad se va a iniciar si ella consiente en ser la madre del Hijo del Altísimo.

María teme, pero no tiene miedo a Dios, pues lo trata a diario en su oración y contemplación; teme por su pequeñez e indignidad ante el prodigio que se le propone: ser la madre del Mesías prometido por los profetas. No duda, pero pide explicaciones. Y las recibe: “Alégrate, llena de gracia. No temas. El Señor está contigo. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te fecundará con su sombra”. Como si le dijera: “Esto es obra de Dios, no tuya. Tú sólo tienes que aceptar para que Dios actúe”.

Y a partir de su SÍ desciende sobre ella el Espíritu Santo, que hace germinar en su seno al Dios-con-nosotros. Ser cristiano consiste en imitar a María: acoger a Cristo en nuestra persona, y el Espíritu Santo hará el resto: realizará la obra de la salvación en nosotros y a través de nosotros.

¡Oh virginal doncella,
de tu nombre purísimo, María,
cuando la blanca estrella
renace con el día,
las aves cantarán tu letanía!
*
Si en tu virtud sencilla
la Trinidad perfecta se gozaba,
hincando la rodilla
el arcángel mostraba
la gracia del Amor que lo enviaba.
*
Tú, virgen florecida,
diste el milagro de tu aroma al viento,
y el aura agradecida
que recogió tu acento
vistió de alegre luz el aposento.
*
Sube el arcángel alto
restaurando la paz amanecida,
y al tierno sobresalto
de su alada subida
te llamarán los siglos escogida.
(Lit. Hs.)
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