De camino hacia su glorificación por la muerte y la resurrección, Jesús deja a los discípulos su testamento de amor: "Ámense unos a otros como yo los amo”.
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No se trata de un consejo, sino de un mandato, síntesis de todos los mandamientos. Cumplido ese mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y haz lo que quieras”, decía san Agustín. Sólo puede salvar y salvarnos el amor salvífico al prójimo fundado en el amor de gratitud a Dios.
El amor humano goza con las cualidades de las personas y las cosas; y el amor cristiano goza identificándose con las personas amadas, con sus ideales y necesidades. Este es el amor verdadero que da plenitud a la vida, nos hace adultos, nos salva y da fuerza de salvación a nuestra vida y obras. A este amor se refiere san Pablo cuando dice: “Si no tengo amor, nada soy”. (1Cor 13).
El amor cristiano tiene tres grados: amar al prójimo como a nosotros mismos; amarlo como amamos a Jesús, presente en el prójimo; amarlo como Jesús lo ama: “Ámense unos a otros como yo los amo”. Este tercer grado es el amor pleno, imitación del amor de Cristo.
Este amarse como Jesús nos ama, testimonia la presencia de Cristo resucitado en y entre quienes lo aman. “La señal por la que conocerán que ustedes son discípulos míos, será que se amen unos a otros”. Ningún otro signo es convincente si falta éste. Ni siquiera la Eucaristía, que puede hacerse escándalo si no se celebra y vive con amor fraterno y por amor a Cristo.
No se trata de un consejo, sino de un mandato, síntesis de todos los mandamientos. Cumplido ese mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y haz lo que quieras”, decía san Agustín. Sólo puede salvar y salvarnos el amor salvífico al prójimo fundado en el amor de gratitud a Dios.
El amor humano goza con las cualidades de las personas y las cosas; y el amor cristiano goza identificándose con las personas amadas, con sus ideales y necesidades. Este es el amor verdadero que da plenitud a la vida, nos hace adultos, nos salva y da fuerza de salvación a nuestra vida y obras. A este amor se refiere san Pablo cuando dice: “Si no tengo amor, nada soy”. (1Cor 13).
El amor cristiano tiene tres grados: amar al prójimo como a nosotros mismos; amarlo como amamos a Jesús, presente en el prójimo; amarlo como Jesús lo ama: “Ámense unos a otros como yo los amo”. Este tercer grado es el amor pleno, imitación del amor de Cristo.
Este amarse como Jesús nos ama, testimonia la presencia de Cristo resucitado en y entre quienes lo aman. “La señal por la que conocerán que ustedes son discípulos míos, será que se amen unos a otros”. Ningún otro signo es convincente si falta éste. Ni siquiera la Eucaristía, que puede hacerse escándalo si no se celebra y vive con amor fraterno y por amor a Cristo.
El amor cristiano es la característica original del creyente ante las demás religiones.
Sólo el amor verdadero a Dios y al prójimo nos puede merecer la felicidad en esta vida, y al final, la vida eterna a través de la resurrección. Nada es tan grave como no vivir en ese amor. Es necesario pedirlo y cultivarlo.
P. J.
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