Domingo 11º durante el año
....................13-6-2010
«Simón, ¿ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». (Lc 7, 36---8, 3).
Jesús asumió una nueva actitud frente a los pecadores, que las autoridades religiosas consideraban indignos de ser amados, considerados, acogidos, y sólo dignos de rechazo y desprecio. Hasta el punto que Jesús debió aclarar: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Los escribas y fariseos se consideraban a si mismos “los justos”.
Aquella mujer, como pecadora pública era despreciada y marginada por los “buenos”, o más bien puritanos, que se escandalizan de que Jesús acepte aquellas atenciones “fuera de lugar” y de tal pecadora, que por el arrepentimiento, la conversión y el gran amor, ya estaba más limpia y era más justa que sus delatores. Era ya una “pecadora buena”. Amó mucho como gratitud por el perdón recibido.
En verdad que no hay motivo más grande para amar a Dios que su perdón por nuestros pecados. Perdón que merece una gratitud eterna, porque nos devuelve el derecho a la vida eternamente feliz en la Casa del Padre.
Pero Dios también se siente feliz perdonando: “Hay más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos”. Y desea que también nosotros gocemos la gran felicidad de perdonar como él nos perdona. El perdón es la obra de amor más genuina, pues no está contagiada de egoísmo.
Pidamos a Dios que nos dé el gozo de perdonar “setenta veces siete”, porque ésa es la garantía para asegurarnos su perdón. Si perdonamos a quien Jesús perdona, él lo toma como si le perdonáramos a él mismo. “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”. Por tanto, la mejor señal de que amamos a Dios es el perdón que damos a quienes nos ofenden.
Y la mejor señal de que Dios nos ama, es su perdón: “En esto reconozco que me amas: en que mi enemigo no prevalece sobre mí”. Nuestro enemigo es el pecado.
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Pero no caigamos en la ligereza de creer que Dios perdona todo sin condición alguna, y que la salvación la tenemos asegurada por más que pequemos. Él mismo nos lo dice bien claro: “Si ustedes no perdonan, no serán perdonados”. “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.
Danos, Señor, la gracia y el gozo de saber perdonar, para que tú puedas tener el gozo de perdonarnos.
P. J..
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