"AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS"



Domingo 15º del tiempo ordinario-C
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5 julio 2010

Un maestro de la ley preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: - Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le preguntó a su vez: - ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? Él le respondió: - Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Y Jesús le dijo: - Has respondido exactamente; obra así y alcanzarás la vida. Lc 10, 25-37.

La vida es el máximo bien que hemos recibido, el único que deseamos conservar por encima del cualquier otro y para siempre. Por eso el maestro de la ley pregunta a Jesús cómo puede eternizar la propia vida, salvarse. Y el Maestro le indica lo que debía hacer ratificando su justa respuesta: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Es de justicia amar a Dios sobre todas las cosas, porque de él las recibimos todas, junto con el valor máximo: la vida. La primera expresión de amor a Dios es agradecerle, con la palabra y con la vida, tan grandes e innumerables beneficios. Constituye una tremenda injusticia y fatal necedad amar los dones de Dios más que al Dios de los dones. Además es idolatría.

La gratitud es expresión del amor a Dios, y además es la condición para que Dios nos conserve y multiplique sus dones. Si quieres recibir, agradece y pide.

Y el amor al prójimo como a sí mismo es inseparable del amor a Dios, porque el prójimo es mi hermano al ser hijo del mismo Padre, que lo ama como a mí. No podemos no amar a quien Dios ama.

Luego Jesús perfeccionará este mandamiento con el “nuevo mandamiento”: “Ámense unos a otros como yo los amo”; es decir, hasta dar la vida, día a día, poco a poco, o de una vez, por quienes se ama, pues “nadie ama tanto como el que da la vida por los que ama”.

Sólo salva la vida quien la entrega por amor. Puesto que de todas maneras tenemos que darla, démosla por amor. Vivir la vida con egoísmo, es perderla para siempre. Ojalá entendamos que debemos dar la vida por amor para ganarla.

El máximo acto de amor al prójimo consiste en ayudarle a conseguir la vida eterna, que es el máximo don de Dios, como Jesús nos da a entender: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Pero este acto de amor salvífico, para asegurar su autenticidad, reclama los gestos concretos de amor humano al necesitado.

Sólo así podremos merecer a cambio la vida eterna: “Vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes, pues tuve hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, encarcelado, y ustedes me socorrieron .”
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P. J.
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