Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo


Domingo 14º tiempo ordinario

4 de julio 2010

Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir… Los setenta y dos discípulos volvieron muy contentos, diciendo: "Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre." Jesús les dijo: "Alégrense, no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos." (Lc 10, 17-20).

Los setenta y dos discípulos enviados - 72: símbolo de las naciones paganas - no pertenecían al grupo de los apóstoles; sino que eran como los laicos de hoy.

Todos los seguidores de Jesús, clero y laicos, estamos llamados a anunciar el reino de Jesús y colaborar en la salvación de la humanidad. Cada cual según sus posibilidades reales.
“Como el Padre me envió a mi, así los envío yo a ustedes”.

Ningún cristiano está dispensado de evangelizar. Con razón todo cristiano debe exclamar con san Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!” Pues si los que no escuchan a los evangelizadores serán tratados con mayor rigor que Sodoma, ¡cuánto más los evangelizadores que no escuchan a Cristo!

La vida interior de unión con Cristo, la oración intensa, el testimonio, el sufrimiento ofrecido, la palabra, las obras, constituyen la misión evangelizadora que debe ser la preocupación fundamental de toda comunidad cristiana, parroquial o extra-parroquial, y de cada cristiano.

Quien se decide por Cristo (por ser cristiano), no puede menos de anunciarlo, como sea. Quien no lo anuncia, demuestra que no es cristiano, que no es de Cristo, por más que afirme lo contario.

El campo de la evangelización es muy extenso, pero los evangelizadores son escasos, y por eso es urgente que toda comunidad cristiana tome conciencia de su vocación a la misión evangelizadora y la realice; y a la vez promueva por todos los medios las vocaciones consagradas radicalmente a la evangelización. La gran mayoría de los bautizados no han sido evangelizados o están alejados; y ¡qué decir de los no bautizados!

La palabra y la acción evangelizadora tienen que ir acompañadas por la vida de los mensajeros -que es la palabra más elocuente-, para hacer creíble y convincente el mensaje de que son portadores.

A la base de toda evangelización está la intimidad con el Maestro resucitado presente: hay que escucharlo para hablar en su nombre y hacerse creíbles. “No serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de Dios hablará en ustedes”.

El premio de la evangelización no son las obras ni los éxitos, sino la salvación y la vida eterna: “Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo”.

P. J.