La Transfiguración del Señor
Es un anticipo de la gloria que Cristo gozará en la casa del Padre, hacia la cual se encamina a través de la muerte, de la resurrección y de la ascensión. El cuerpo de Jesús brilla con esplendor que tendrá una vez resucitado y glorificado, y quiere testigos de esta experiencia a los tres discípulos preferidos, para fortalecer su fe en su divinidad ante el final de su vida terrena a través de la pasión y de la muerte.
Esta experiencia de Jesús es para nosotros una preciosa enseñanza: ante el sufrimiento, la agonía y la muerte, la fortaleza nos vendrá de la esperanza en la resurrección.
La voz del Padre: “Este es mi Hijo predilecto; escúchenlo”, preanuncia la adopción filial divina de quienes, escuchando y siguiendo al Hijo de Dios, se hacen hermanos y colaboradores suyos para compartir su resurrección y su gloria eterna. “Donde yo estoy, quiero que estén también ellos”.
La voz del Padre: “Este es mi Hijo predilecto; escúchenlo”, preanuncia la adopción filial divina de quienes, escuchando y siguiendo al Hijo de Dios, se hacen hermanos y colaboradores suyos para compartir su resurrección y su gloria eterna. “Donde yo estoy, quiero que estén también ellos”.
Para la cruz y la crucifixión,
para la agonía debajo de los olivos,
nada mejor que el monte Tabor.
Para los largos días de pena y dolor,
cuando se arrastra la vida inútilmente,
nada mejor que el monte Tabor.
Para el fracaso, la soledad, la incomprensión,
cuando es gris el horizonte y el camino,
nada mejor que el monte Tabor.
Para el triunfo gozoso de la resurrección,
cuando todo resplandece de cantos,
nada mejor que el monte Tabor.
Señor Dios, que nos hiciste entrever en la gloria de tu Hijo la grandeza de nuestra definitiva adopción filial, haz que escuchemos siempre la voz de tu Hijo amado y lleguemos a ser un día sus coherederos en la gloria.
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