Domingo 19º del tiempo ordinario ..
........................................8-8-2010
Dijo Jesús a sus discípulos: - Vendan sus bienes y den limosna; háganse bolsas que no se echen a perder y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Pórtense como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas llegue y llame. Felices los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; les aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les servirá la cena. Estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen viene el Hijo del hombre. Lc 12, 32-48.
Jesús pide a sus discípulos que tomen de sus bienes materiales para ayudar a los necesitados, porque es la mejor manera de agradecer a Dios lo que él nos ha dado, para que así nos lo aumente en la tierra y nos lo devuelva multiplicado sin fin cuando nos llame, a la hora en que menos lo pensemos.
Dios no se deja vencer en generosidad, y nos convertirá en felicidad eterna lo que empleemos en favor de los demás, lo que gocemos con gratitud y orden, y también el sufrimiento ofrecido.
Por eso Jesús nos insiste con amor a que estemos vigilantes, verificando con sinceridad dónde está nuestro tesoro y nuestro corazón: ¿en los bienes caducos o en los bienes eternos y en el mismo Dios, nuestro bien máximo y fuente de todo lo que somos, tenemos, amamos y esperamos? Asentar nuestra vida y bienes en el banco eterno, es vivir sabiamente.
Sería fatal necedad vender por unos placeres pasajeros nuestra inmensa herencia eterna de hijos de Dios. El infierno consiste sobre todo en la tremenda angustia y remordimiento por haber perdido ese inmenso tesoro eterno a cambio de tan poca cosa.
La auténtica vigilancia que Jesús nos pide consiste en vivir con él, que nos acompaña resucitado todos los días, y nos pide que nosotros lo acompañemos mediante la oración, la limosna y las buenas obras en su nombre, la limpieza del corazón y de la mente, con el trabajo honrado y el sufrimiento inevitable asociado a su cruz que nos merece la resurrección. Él nos lo hace posible con su presencia real.
Si lo tratamos y vivimos con él, podremos reconocerlo con júbilo cuando venga a nuestro encuentro en el momento menos pensado. Entonces nos sentará a su mesa y nos servirá en su banquete celestial. Gran dicha que merece todo esfuerzo y sacrifico aquí en esta vida, hasta entregársela para que él nos la devuelva eternamente feliz.
Las palabras de Jesús son de vida eterna. Gran sabiduría es escuchar y vivir su mensaje de hoy: “Estén preparados, porque el día que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.
p. j.
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