HACIENDO CÁLCULOS
Domingo 23º tiempo ordinario- C / 5-9-2010
Caminaba con Jesús un gran gentío. Se volvió hacia ellos y les dijo: "Si alguno quiere venir a mí y no se desprende de su padre y madre, de su mujer e hijos, de sus hermanos y hermanas, e incluso de su propia persona, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío. Cuando uno de ustedes quiere construir una casa en el campo, ¿no comienza por sentarse y hacer las cuentas, para calcular si tiene para terminarla? Porque si pone los cimientos y después no puede acabar la obra, todos los que lo vean se burlarán de él, diciendo: ¡Ese hombre comenzó a edificar y no fue capaz de terminar! (Lc 14, 25-33).
Mucha gente va con Jesús, pero no todos lo siguen; no todos asumen su forma de vivir, de pensar, de amar y actuar, aunque lo aprueben teóricamente. Muchos admiran sus milagros, su vida y su enseñanza…, pero no aceptan sus exigencias, porque prefieren una vida cómoda y una religión de apariencias, que no salva.
Jesús no quiere que nos equivoquemos con la ilusión de conseguir la felicidad en el tiempo y en la eternidad por un camino que lleva a la infelicidad final.
Cristo es el único que puede salvarnos del sufrimiento y de la muerte para darnos la felicidad eterna que tanto ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser.
No hay esperanzas por encima de él, y no podemos suplantarlo en la vida por bienes o personas que él mismo nos ha dado y nos conserva, pero que son infinitamente inferiores a él, y no pueden darnos nada que no venga de él.
Preferirlo a todas las cosas y a la misma familia, es la máxima sabiduría y conquista. Porque es la única manera de amar de verdad a la familia, a nosotros mismos y las cosas. Sólo poniendo a Jesús por encima de todo y de todos, gozaremos en esta vida con profundidad todo lo que nos dio, da y dará, y nos devolverá todo en la fiesta eterna, donde nos está preparando un puesto, que no podemos perdernos. Seríamos pésimos calculadores.
Cargar la cruz tras él consiste en asociar a la suya las cruces inevitables que exige la vida honrada y cristiana, como condición esencial para colaborar con él en la salvación de los demás, y así lograr la resurrección y la gloria eterna.
Por otra parte, cargar las cruces unidos a él es la única forma de que nos resulten más livianas y soportables, como él mismo promete: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré”. “Mi yugo es suave y mi carga ligera”. Pues él mismo nos ayuda a llevarla con esperanza de vida y felicidad.
p.j.