Domingo 25º tiempo ordinario - C / 19-9-2010
Dijo Jesús a sus discípulos: El que es digno de confianza en cosas de poca importancia, será digno de confianza también en las importantes; y el que no es honrado en las cosas mínimas, tampoco será honrado en las cosas grandes. Por lo tanto, si ustedes no son dignos de confianza en manejar el sucio dinero, ¿quién les va a confiar los bienes verdaderos? Y si no se han mostrado dignos de confianza con cosas ajenas, ¿quién les confiará los bienes que son realmente suyos? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque necesariamente rechazará a uno y amará al otro, o bien será fiel a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero. (Lc 16,10-13).
Los bienes materiales: dinero, posesiones, carrera, salud, puesto de trabajo, cualidades y capacidades, son bienes mínimos frente a los bienes eternos. Los bienes temporales valen cuanto vale el amor con que se administran y se comparten, pues sólo así se gozarán eternamente, multiplicados al infinito.
Se dice que con dinero se puede comprar todo. ¡Pues no es cierto! Con dinero se puede comprar una casa, pero no el calor de un hogar; un placer, pero no el amor; una compañía, pero no una amistad; un libro, pero no la sabiduría; una droga, pero no la paz; la comida, pero no la vida; un reloj, pero no el tiempo; una golosina, pero no el aire que respiramos; una luz, pero no el sol; un crucifijo, pero no la fe; una tumba en el cementerio, pero no un puesto en el cielo; un amuleto o un ídolo, pero no al Dios verdadero.
Los más grandes bienes y la verdadera felicidad no se compran con dinero. Pero Dios nos regala cada día eso que no podemos comprar, sin olvidar que olvidando que agradecer y compartir es la mejor manera de que Dios nos los multiplique y conserve, nos dé el ciento por uno en esta vida y luego la vida eterna.
San Juan Bosco decía: “Quien nada en la abundancia, pronto se olvida de Dios”. Es un hipócrita el rico que se cree religioso porque se inclina ante Dios, pero no se inclina ni abre el corazón ante el sufrimiento de los hijos de Dios y hermanos suyos.
“Quien tiene mucho, es rico; quien necesita poco, es más rico; quien comparte todo, es el más rico”. Nacimos para compartir, para ser felices haciendo felices a los demás, compartiendo con ellos incluso sus sufrimientos y los nuestros.
La felicidad que se pretende encontrar en el lujo y en la abundancia, sólo se consigue en el compartir. Se perderá todo lo que se haya disfrutado con egoísmo excluyente
Que Dios nos conceda la bendición de saber si estamos sirviéndolo a El o al dinero, y nos conceda la valentía de servirle a él, poniendo el dinero al servicio del bien, de la vida y de la felicidad ajena, para así conquistar la felicidad temporal y eterna.
p.j.