Rey crucificado y resucitado
Fiesta de Cristo Rey, 21 noviembre 2010
La gente estaba allí mirando; los jefes, por su parte, se burlaban de él diciendo: "Si salvó a otros, que se salve a sí mismo, ya que es el Mesías de Dios, el Elegido". También los soldados se burlaban de él. Le ofrecieron vinagre diciendo: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Porque había sobre la cruz un letrero que decía: "Este es el rey de los judíos". Uno de los malhechores que estaban crucificados con Jesús lo insultaba: "¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y también a nosotros". Pero el otro lo reprendió diciendo: "¿No temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho, pero éste no ha hecho nada malo". Y añadió: "Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino". Jesús le respondió: "En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso". Lc 23,35-43.
Cristo inauguró su reino glorioso desde la cruz, ignominiosa y victoriosa a la vez. De la derrota de la cruz pasó a la victoria de la resurrección como Rey glorioso y eterno.
El se había negado a ser proclamado rey durante su vida pública. Pero se dejó aclamar rey en el camino hacia Jerusalén para ser crucificado. Se proclamó rey ante Pilatos, que lo entregó a sus acusadores diciendo: “Aquí tienen a su rey”, y mandó poner en la cruz el letrero: “Jesús nazareno, rey de los judíos”. Ya no había peligro de que la gente lo proclamara rey temporal, al estilo de David o Salomón, como deseaban incluso sus discípulos
Jesús rechazó el reino temporal porque su “reino no es de este mundo”, aunque empieza en este mundo, como él mismo afirma: “El reino de Dios está entre ustedes”. Su reino no es triunfalista, sino que está marcado por los misterios insondables de la cruz y de la resurrección.
El Rey del universo, como cordero inocente, es cambiado por un criminal y condenado a muerte entre malhechores. Quienes lo condenan, se condenan a sí mismos. Pero él, en su agonía, ora por quienes lo asesinan: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, y promete el paraíso a un malhechor: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¡Admirable!
La cruz no es una fatalidad para Jesús, sino un momento de su camino hacia la resurrección y hacia el reino eterno; momento de supremo abandono y entrega por amor al Padre y a sus hermanos los hombres, y así triunfa como rey heroico sobre el pecado y la muerte.
Ante la provocación burlona de quienes lo condenan: “Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo como salvaste a otros”, Jesús responde con el silencio a los hombres y con una súplica al Padre que lo salva: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y el Padre lo salva, no bajándolo vivo de la cruz, sino levantándolo resucitado del sepulcro.
Nosotros, como Jesús pedía en el Huerto, también desearíamos alcanzar la resurrección sin pasar por la cruz. Pero como Jesús tenemos que decir: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Ahí está la clave del éxito final, victorioso y total de nuestra existencia.
Jesús resucitado está inaugurado ya el cielo nuevo y la tierra nueva, donde “nos espera el personaje misterioso y adorable, llamado Jesús de Nazaret”, Rey del universo y conductor de la historia.
p. j.