EL DIOS-CON-NOSOTROS DE CADA DÍA


¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

 25 de diciembre

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia
y de verdad. (Jn 1,1-18)

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La Navidad es el cumpleaños de Jesús, nuestro Salvador resucitado presente entre y en nosotros. Es la fiesta entrañable del misterio de la salvación puesto a nuestro alcance gracias a la fidelidad inquebrantable de Dios, que en Cristo encarnado y resucitado comparte día a día nuestra vida para eternizarla con él en el gozo sin fin del Paraíso.

El nacimiento del Hijo de Dios en carne mortal cobra su pleno sentido en la perspectiva de la Resurrección, la cual fue el “nacimiento” definitivo de Cristo para la gloria eterna. Gloria que él anhela compartir con nosotros.

La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace al darnos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo” para hacernos hijos suyos y herederos con él de la vida eterna.

Es la fiesta en la que tomamos mayor conciencia de que Dios comparte nuestra historia. Él “puso su tienda entre nosotros” para vivir con nosotros todos los días, como la Luz verdadera que “ilumina a todo hombre”.

Pero un gran número de hombres y mujeres, engañados por las fuerzas del mal y en complicidad con ellas, siembra las tinieblas de la injusticia, del hambre, del odio, de la guerra, de la pobreza, del orgullo, del abuso de poder, del pecado, de la impiedad y de la muerte violenta, aplicada sobe todo contra millones de inocentes. A pesar eso, el Salvador se compromete a “iluminar a todo hombre que viene a este mundo”, y llevarlo a compartir la dicha eterna de la Familia Trinitaria.

La Navidad se pervierte para quienes se cierran a la presencia real del Redentor resucitado, Dios-con-nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. “A quienes lo acogieron, les dio la capacidad de ser hijos de Dios”. No hay Navidad verdadera cuando se sustituye a Cristo vivo y presente por el comer y el beber, por la fiesta bullanguera vacía de sentido.

La acogida a Cristo en el corazón, en la vida, en la familia..., hace que la Navidad sea verdadera, y nos merezca la Navidad sin fin a través de nuestra muerte y resurrección, que es nuestro nacimiento definitivo a la vida eterna. He ahí el pleno sentido y el fruto incomparable de la Navidad.

La Navidad hoy se hace realidad sobre todo en el acto sencillo y a la vez sublime de la Eucaristía y de la comunión, donde se cumple lo dicho por Juan evangelista: “A quienes lo acogieron, les dio la capacidad de ser hijos de Dios”.

En la Eucaristía viene a nosotros el mismo Hijo de Dios, como vino a María en la Encarnación. “Dichosos ustedes porque han oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios”, nos dice san Ambrosio.

p.j.