Domingo 4° del tiempo ordinario
30–1-2011
Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor. Entonces comenzó a hablar y les enseñaba diciendo:
Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque
de ellos es el reino de los cielos.
Felices los que lloran, porque recibirán consuelo.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia.
Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el reino de los cielos.
Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vivieron antes de ustedes. Mt 5,1-12
Las bienaventuranzas son la fuente de la verdadera y segura felicidad en esta vida y en la eterna. Puesto que Cristo lo afirma, es verdad infalible, por más que nos cueste creerle y por contradictorio que nos parezca.
Pobres felices son las personas honradas, justas, sencillas, humildes, generosas, que reconocen haberlo recibido todo de Dios, de él todo lo esperan; y se lo agradecen con la palabra y con la vida, pues se sienten muy ricos, libres y felices en su desprendimiento, ya que Dios es su máxima riqueza.
Mansos felices son quienes aceptan en paz las propias limitaciones y las ajenas, errores y deficiencias, con la mirada puesta en Dios que ensalza a los que confían en él, y por eso no pierden la paz. Gozan ya en la tierra un anticipo el reino eterno de Dios.
Sufridos felices son quienes viven en armonía con el sufrimiento causado por la enfermedad, por el pecado propio o ajeno, por las fuerzas del mal, y por la muerte, que la resurrección convierte en puerta de la vida eterna.
Hambrientos y sedientos de justicia felices son quienes piden a Dios los defienda contra la injusticia, y a la vez luchan por promover la justicia en la familia, en la sociedad, en el mundo, y se esfuerzan por ser justos, “perfectos, a imitación del Padre celestial”.
Misericordiosos felices son quienes comparten y reparten las misericordias que reciben de Dios Padre misericordioso: bienes, amor, compasión, perdón, ayuda, alegría de vivir...
Limpios de corazón felices son quienes obran y viven con transparencia, sin intenciones dobles e inconfesables, y controlan en libertad sus instintos, poniéndolos al servicio del amor. Ellos perciben a Dios en la vida.
Felices los que trabajan por la paz, colaborando con Cristo, Príncipe de la paz, por establecer la paz en su corazón, en el hogar, en el mundo.
Perseguidos por la justicia felices son quienes sufren por hacer el bien, por ser buenos, como el Maestro, porque su conducta cuestiona a los autosuficientes y corruptos.
Pero no hay que tomar por felicidad lo que sólo es gusto físico, síquico, sentimental, riqueza, fama, poder. Los gustos son solamente apariencia de felicidad y esfuman todos, tarde o temprano; la felicidad verdadera es eterna, pues traspasa la muerte mediante la resurrección.
Las ocho bienaventuranzas son a la vez ocho sacramentos alternativos por los que Jesús asegura la vida eterna a quienes las practican, sean o no sean católicos.
Si tú no te sientes feliz, es prueba de que no has intentado en serio buscar la felicidad que Jesús te ofrece en las bienaventuranzas. Inténtalo de verdad, y lo comprobarás.