- Sión decía: «El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí». ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré! Isaías 49, 14-15
¡Cuántas veces habremos pensado y dicho lo mismo que Isaías decía hace siglos! Pero quizás en la aflicción nunca se nos ha ocurrido pensar y decir: ¿No será que yo abandono a Dios y me olvido de él y de su amor?
Dios es un Padre de ternura infinita, que nos ama más que nadie; y todo el amor que podamos recibir de los humanos, es insignificante frente al inmenso amor de Dios, demostrado en sus dones: la vida, todo lo que somos, todo lo que tenemos, gozamos, amamos y la gloriosa vida eterna que esperamos. Ante estos favores de Dios, los favores de los hombres resultan pobres migajas.
Nuestra gran desgracia consiste en no creer lo suficiente en el amor infinito que Dios nos tiene y que nos demuestra de mil maneras. Es necesario reconocer y descubrir ese amor, pues “No hay en este mundo un deleite más grande que el de saberse amados por Dios”, decía el cura de Ars.
p.j.