Amigos verdaderos y amigos aparentes
Así escribía un maestro judío, Ben Sirá (Sirácides) 180 años antes de Cristo:
“Las palabras afables multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones. Que sean muchos los que te saludan, pero el que te aconseja, sea uno entre mil. Si ganas un amigo, gánalo en la prueba, y no le des confianza demasiado pronto. Porque hay amigos ocasionales, que dejan de serlo en el día de tu aflicción.
Hay amigos que se vuelven enemigos, y para avergonzarte, revelan el motivo de su enemistad. Hay amigos que comparten tu mesa y dejan de serlo en el día de la aflicción. Mientras te vaya bien, serán como tú; pero si te va mal, se pondrán contra ti y se esconderán de tu vista.
Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor.
Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor. El que teme al Señor encamina bien su amistad, porque como es él, así también será su amigo”. (Ecli 6, 5-17)
Cristo Jesús dijo: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando”. “Yo no los llamo siervos, sino amigos”. “Nadie tiene una amistad tan grande como la de aquel que da la vida por sus amigos”. Jesús integró la amistad en su plan de salvación, y toda amistad verdadera se hace amistad salvífica y eterna. Una amistad que no se desee eternizar o no pueda hacerse eterna, no es verdadera amistad y va al fracaso.
El máximo bien que podemos desear y procurar a un amigo, es que la amistad traspase el umbral de la muerte y se haga eterna en el paraíso celestial, en unión con el Amigo que nunca falla, autor de toda amistad verdadera.
Dar la vida por los amigos equivale a ganarla para la eternidad gloriosa, donde la amistad alcanzará una plenitud y un gozo imposible en este mundo.
P.J.