AGUA VIVA QUE SALTA HASTA LA VIDA ETERNA

Domingo 3° cuaresma
27 marzo 2011

Jesús se sentó junto al pozo de Sicar, en Samaría. Una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: Dame de beber. Los discípulos se habían ido al pueblo para comprar algo de comer.
La samaritana le dijo: ¿Cómo tú, que siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana. Jesús le dijo: Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría.
Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva?
Jesús le dijo: El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré, se convertirá en él en un chorro que salta hasta la vida eterna.
La mujer contestó: "Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios, y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios?
Jesús le dijo: Créeme, mujer: llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será "en este cerro" o "en Jerusalén". Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.
La mujer le dijo: Yo sé que el Mesías (que es el Cristo), está por venir; cuando venga nos enseñará todo. Jesús le dijo: Ese soy yo, el que habla contigo. (Jn 4, 5-42)

¡Admirable coloquio! Jesús, a partir del símbolo del agua natural, intenta hacerle entender a la samaritana que él tiene otra agua, el agua viva que satisface las exigencias más profundas del corazón humano, agua que produce vida eterna. “El que beba el agua que yo daré, nunca más tendrá sed”.

El mismo Jesús es el agua de la viva, como él diría más tarde: “Yo soy la vida”. Pero la samaritana no cae en la cuenta de lo que Jesús quiere decirle y darle.

Entonces Jesús le revela – sin reproche alguno - su mala vida privada: que ha cambiado de marido cinco veces y el que convive ahora con ella no es su marido. Entonces sí se da cuenta de que no tiene ante sí a un judío cualquiera, sino un profeta.

Pero ella desvía la conversación al tema del lugar donde se debe dar culto a Dios: ¿En el templo de Jerusalén y en el del cerro Garizim de Samaría? Jesús responde, también para nuestra enseñanza: “Créeme, mujer: ni en este monte ni en Jerusalén darán culto al Padre. Los que quieran adorar al Padre, lo harán en espíritu y en verdad”.

¿Qué es adorar a Dios en espíritu y en verdad? Es darle culto –adoración, alabanza, gratitud, admiración, obediencia, trato de amor...- como a Persona real, viva y presente, de corazón a corazón, sin reducirse sólo a templos, ritos, objetos o rezos, aunque estas cosas pueden ayudar, si se hacen bien.

El culto verdadero es amor personal a Dios; amor que se vive múltiples maneras a diario: en la oración, la Eucaristía, las obras de misericordia, el sufrimiento acogido y asociado a la cruz de Cristo por la salvación propia y ajena, el buen ejemplo, la escucha y lectura de la Palabra de Dios.

La samaritana, convencida de que Jesús era el Mesías esperado, se hizo misionera y fue a llamar a sus vecinos para que lo escucharan, y luego Jesús se quedó dos días en el pueblo, evangelizando gracias a una adúltera convertida.

Todos podemos ser mensajeros felices de Jesús. No importa lo que hayamos sido hasta ahora.

p. j.