CULTURA ASCUAL Y DE LA MISERICORDIA.


Domingo 2° de Pascua
Fiesta de la Divina Misericordia 

1° de mayo 2008

Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos." Jn 20, 19-31.

Con la resurrección el cuerpo de Jesús se vuelve glorioso, libre de los condicionamientos de la materia caduca, del espacio, del tiempo, del sufrimiento. Así se presenta Jesús a sus discípulos reunidos a puertas cerradas.

Jesús también se nos presenta hoy a nosotros todos los días, aunque no lo veamos, atravesando las paredes del trajín rutinario de cada día, para encontrarse con nosotros en nuestro templo interior: “¡Felices los que crean sin haber visto!” Entonces, al pasar en sus brazos de la muerte a la resurrección, “nos dará un cuerpo glorioso como el suyo”.

La experiencia de Jesús Resucitado, presente en nuestra vida, es la fuente de la paz, de alegría, de la fe y de fortaleza en las dificultades, sufrimientos y alegrías. Viviendo unidos al Resucitado, nos aseguramos la victoria sobre el pecado, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. Entonces la muerte se convertirá en un triunfo.

En el evangelio se presenta Jesus dando la paz a los discípulos y el poder de perdonar los pecados: “A quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados”.

El perdón de los pecados es obra de la omnipotente misericordia de Dios. Por eso este domingo celebramos la “Fiesta de la Misericordia”. Después del don de la vida, el perdón es el mayor gesto del amor de Dios. Y perdonar las ofensas es una de las mayores expresiones del amor hacia el prójimo.

La misión, que es testimoniar a Jesús resucitado, darlo a conocer por todos los medios a nuestro alcance, es el otro tema del evangelio de hoy. Si creemos en el Resucitado, si lo amamos como persona viva y presente, compartiremos con fe y amor su proyecto de salvación a favor del prójimo: “Como el Padre me envió a mí, así los envío también yo a ustedes”.

Hay que preguntarse si creemos de verdad en el Resucitado, si lo consideramos como centro de nuestra vida; o si sólo creemos teóricamente en el dogma de la Resurrección. Jesús mismo nos ofrece la pauta para verificarlo: “Por sus obras los conocerán”; y puesto en primera persona: “Por mis obras me conoceré”, por lo que mi vida produce a mi alrededor, me conoceré.

La presencia de Jesús resucitado supone una felicidad tan extraordinaria, que se nos puede antojar increíble, como les pasaba a los discípulos, que no podían creer por inmensa alegría que les causaba la Resurrección.

Por eso es necesario pedir y cultivar más la fe en Jesús Resucitado presente y operante, y promover la cultura de la Pascua y de la Misericordia frente a la cultura del odio y de la muerte, que avanza sobre nuestro maravilloso planeta.

p.j.